"Si Tito se cae de la responsabilidad, se mata.”
La inapelable sentencia del Viejo –una suerte de tirano buenazo que manejaba el semanario como la cocina de un hotel– más que una fotografía era un un retrato familiar de Tito y su tropel de fantasmas de todo tipo.
Estudió en La Plata, a sólo 50 kilómetros al sur de la ciudad-puerto de Buenos Aires. Provenía de uno de los pueblos de la provincia, de los de toponimia móvil, Bragado, denominación del pelaje de un potro que solía abrevar en la laguna del lugar, por caso. Tan escasa está la Pampa húmeda de toponimia fija.
Ernesto V. Pierisanti (V. de Vladimir, obsequio de un abuelo inmigrante bolchevique) era, al decir de Isa (Isadora Gálvez, 45, hippie en retiro parcial, estado civil desconocido, encargada externa de Crucigramas, Tarot, Cocina y Consultorio Sentimental), un correcto de mierda.
Todos, dos docenas de escribas, comíamos de la creatividad del dueño de un antiguo diario sureño dispuesto a copar el sur industrial y obrero del Buenos Aires suburbano, territorio que se funde sin solución de continuidad con el Gran La Plata.
El amigo del pueblo fue un pequeño suceso editorial durante dos décadas. Juntó fútbol, carreras de caballos, loterías, bailantas populares, televisión abierta, policiales y tímidas obscenidades a bajo precio de portada. Buen negocio.Tito era un súperjúnior, tan apto para un barrido como para un fregado, atribulado pero afable hombre-orquesta, dueño de más luces de las que gustaba exhibir. Su desmedido apego por agradar al prójimo, por momentos lo mostraba obsecuente, pero no lo era.
La inapelable sentencia del Viejo –una suerte de tirano buenazo que manejaba el semanario como la cocina de un hotel– más que una fotografía era un un retrato familiar de Tito y su tropel de fantasmas de todo tipo.
Estudió en La Plata, a sólo 50 kilómetros al sur de la ciudad-puerto de Buenos Aires. Provenía de uno de los pueblos de la provincia, de los de toponimia móvil, Bragado, denominación del pelaje de un potro que solía abrevar en la laguna del lugar, por caso. Tan escasa está la Pampa húmeda de toponimia fija.
Ernesto V. Pierisanti (V. de Vladimir, obsequio de un abuelo inmigrante bolchevique) era, al decir de Isa (Isadora Gálvez, 45, hippie en retiro parcial, estado civil desconocido, encargada externa de Crucigramas, Tarot, Cocina y Consultorio Sentimental), un correcto de mierda.
Todos, dos docenas de escribas, comíamos de la creatividad del dueño de un antiguo diario sureño dispuesto a copar el sur industrial y obrero del Buenos Aires suburbano, territorio que se funde sin solución de continuidad con el Gran La Plata.
El amigo del pueblo fue un pequeño suceso editorial durante dos décadas. Juntó fútbol, carreras de caballos, loterías, bailantas populares, televisión abierta, policiales y tímidas obscenidades a bajo precio de portada. Buen negocio.Tito era un súperjúnior, tan apto para un barrido como para un fregado, atribulado pero afable hombre-orquesta, dueño de más luces de las que gustaba exhibir. Su desmedido apego por agradar al prójimo, por momentos lo mostraba obsecuente, pero no lo era.
Educado en una familia temerosa de Dios, la vida ciudadana le había quemado a Tito algunos tigres de papel, pero él no había abandonado su inclinación por los temores protectores –hombres, ideas o instituciones que le ahorran a los humanos las fatigas de optar a cada paso.
Tito, 26, mozo de buena planta, tenía los atributos de un galán suburbano: sonrisa brillante, vestuario de yuppie, ojos y cabellos claros.
A poco de andar, Isa crucificó al joven coordinador editorial con dos apodos: el novio de Barbie, y muñequito de torta de bodas.
Isadora, 45, gozaba de extraña belleza. Dura y oscura como la obsidiana.
Si alguien tropezaba con su sensualidad en un visaje, rápidamente aprendía que Isa no era un premio para distraídos o tímidos. Y esos ojos negros. Y esa boca. Y esa cadencia de sus caderas, bajo sus polleras de gasa india.
Por alguna razón, Tito se ofuscaba con la sola presencia de Isa. No podía con ella.
Con sus cataratas de ideas y propuestas, llenaba de ruido de interferencia la laboriosa rutina a la que el joven-viejo aspiraba.
Hasta que una vez lo venció, tal vez por cansancio, y partieron, por una vez en pareja, rumbo al cadalso.
Para Isa, la competencia nos sacaba ventaja en las cochinadas, que crecían como el hinojo en la prensa escandalosa. El lugar para vaciar el pote de chili pepper era el Consultorio Sentimental.La trampa era sencilla: se obviaba imprimir procacidades al no publicar el texto de la pregunta, y el profesor Montenegro, reconocido sexólogo latinoamericano (Isa, por supuesto), sugería desde la respuesta el más variado menú de perversiones.
Verbi gratia, el profesor Montenegro, hombre de ciencia pero de espíritu pío, podría reconvenir a una imaginaria post adolescente perturbada por el deseo de esta forma:
Niña: ¡Por favor detente! ¡Recapacita! Con esas prácticas que exige tu novio, no sólo te adentras en la ciénaga del sexo, sino que tu dentadura puede causarle daños irreparables en esa zona tan sensible...
Nadie, ni el dueño, leía esas secciones, hasta que ocurrió.
El Viejo tuvo que bogar firme para evitar que ambos, Isa y Tito, terminaran en la calle.
Otra vez, el súper-júnior supo de los motes que le había colgado Isa, y se lo hizo saber. Lejos de amainar, la acusada saltó como un gato montés y descalabró en dos zarpazos dialécticos el orgullo doblemente herido de Tito.
La victimaria buscó la forma de enderezar las cosas a la semana siguiente. Transformó el día de entrega de materiales en los días de entrega de los materiales. Un inocente ritual de la escueta redacción era seguir con la vista los vaivenes de ingreso y egreso de colaboradoras hacia y desde el escritorio de Tito para comentar las novedades del caso.
En una de esas evoluciones, Isa volvió los pasos y lanzó su demoledor gancho ascendente al corazón:
Tito, 26, mozo de buena planta, tenía los atributos de un galán suburbano: sonrisa brillante, vestuario de yuppie, ojos y cabellos claros.
A poco de andar, Isa crucificó al joven coordinador editorial con dos apodos: el novio de Barbie, y muñequito de torta de bodas.
Isadora, 45, gozaba de extraña belleza. Dura y oscura como la obsidiana.
Si alguien tropezaba con su sensualidad en un visaje, rápidamente aprendía que Isa no era un premio para distraídos o tímidos. Y esos ojos negros. Y esa boca. Y esa cadencia de sus caderas, bajo sus polleras de gasa india.
Por alguna razón, Tito se ofuscaba con la sola presencia de Isa. No podía con ella.
Con sus cataratas de ideas y propuestas, llenaba de ruido de interferencia la laboriosa rutina a la que el joven-viejo aspiraba.
Hasta que una vez lo venció, tal vez por cansancio, y partieron, por una vez en pareja, rumbo al cadalso.
Para Isa, la competencia nos sacaba ventaja en las cochinadas, que crecían como el hinojo en la prensa escandalosa. El lugar para vaciar el pote de chili pepper era el Consultorio Sentimental.La trampa era sencilla: se obviaba imprimir procacidades al no publicar el texto de la pregunta, y el profesor Montenegro, reconocido sexólogo latinoamericano (Isa, por supuesto), sugería desde la respuesta el más variado menú de perversiones.
Verbi gratia, el profesor Montenegro, hombre de ciencia pero de espíritu pío, podría reconvenir a una imaginaria post adolescente perturbada por el deseo de esta forma:
Niña: ¡Por favor detente! ¡Recapacita! Con esas prácticas que exige tu novio, no sólo te adentras en la ciénaga del sexo, sino que tu dentadura puede causarle daños irreparables en esa zona tan sensible...
Nadie, ni el dueño, leía esas secciones, hasta que ocurrió.
El Viejo tuvo que bogar firme para evitar que ambos, Isa y Tito, terminaran en la calle.
Otra vez, el súper-júnior supo de los motes que le había colgado Isa, y se lo hizo saber. Lejos de amainar, la acusada saltó como un gato montés y descalabró en dos zarpazos dialécticos el orgullo doblemente herido de Tito.
La victimaria buscó la forma de enderezar las cosas a la semana siguiente. Transformó el día de entrega de materiales en los días de entrega de los materiales. Un inocente ritual de la escueta redacción era seguir con la vista los vaivenes de ingreso y egreso de colaboradoras hacia y desde el escritorio de Tito para comentar las novedades del caso.
En una de esas evoluciones, Isa volvió los pasos y lanzó su demoledor gancho ascendente al corazón:
– Decime, bebé…¿sos casado?
Tito alcanzó a farfullar:
–…Nnno… bueno… vivo con mi novia…
Tito alcanzó a farfullar:
–…Nnno… bueno… vivo con mi novia…
Con tono exageradamente contrariado, la Gálvez cerró su paso de comedia:
–Ya sabía yo… el único que no me mira el culo cuando me voy, tenía que estar en pareja y contento…
Isa se abrió paso entre las carcajadas, y Tito, rojo como un ají morrón y a los trompicones, salió tras ella.
Lo inevitable había ocurrido un viernes, y Tito volvió al periódico el lunes con el tiempo estricto para llevarse un adelanto de sueldo, arreglar las cosas y tomarse una semana de vacaciones adeudadas que transó con el Viejo.
La aventura de una semana se llevó diez años de la vida de la gitana de los ojos de obsidiana y del rubito yuppie, dos alegres amantes.
A juzgar por las chispas que cruzan sus miradas en los encuentros, la pasión, esa puta pasión, sigue invicta cuando Isa pinza ambas mejillas de su hombre con índices y pulgares y repite la contraseña:
–¡Podrías ser mi hijo, pendejo..!
Este año tuvimos la décima edición del Encuentro Anual de los Náufragos Sobrevivientes, la comilona de los nostálgicos del extinto El amigo...
Además de pasar revista a las bajas y novedades de los miembros de aquella bullanguera Armata Brancaleone, nos prometimos en vano encuentros más frecuentes, bailamos y bebimos como si tuviéramos diez años menos. Lo de siempre.
Salvo por lo de Isa.
–Ya sabía yo… el único que no me mira el culo cuando me voy, tenía que estar en pareja y contento…
Isa se abrió paso entre las carcajadas, y Tito, rojo como un ají morrón y a los trompicones, salió tras ella.
Lo inevitable había ocurrido un viernes, y Tito volvió al periódico el lunes con el tiempo estricto para llevarse un adelanto de sueldo, arreglar las cosas y tomarse una semana de vacaciones adeudadas que transó con el Viejo.
La aventura de una semana se llevó diez años de la vida de la gitana de los ojos de obsidiana y del rubito yuppie, dos alegres amantes.
A juzgar por las chispas que cruzan sus miradas en los encuentros, la pasión, esa puta pasión, sigue invicta cuando Isa pinza ambas mejillas de su hombre con índices y pulgares y repite la contraseña:
–¡Podrías ser mi hijo, pendejo..!
Este año tuvimos la décima edición del Encuentro Anual de los Náufragos Sobrevivientes, la comilona de los nostálgicos del extinto El amigo...
Además de pasar revista a las bajas y novedades de los miembros de aquella bullanguera Armata Brancaleone, nos prometimos en vano encuentros más frecuentes, bailamos y bebimos como si tuviéramos diez años menos. Lo de siempre.
Salvo por lo de Isa.
En un aparte, sin sacar la vista de las evoluciones su hombre, devenido en bailarín compadre, seductor eje de la reunión, con esa sonrisa de Mona Lisa que le sale tan bien, me soltó la granada en la cara.
–Ya no estamos juntos con Tito.
–¿Cómo? ¿De que hablás?
–Eso. Lo que oíste. Hace un mes que compró un apartamento. Lo ayudé a ponerlo lindo, y hace una semana terminamos su mudanza.
–¿Tan mal salió la cosa?
–¿Qué decís? Fueron –y son– los mejores años de mi vida. Y para él también. Miralo al “guachito pistola”...Feliz, seguro...¿qué más quiero?
–Seguís loca como una cabra...
–No me vengas con monsergas y escuchá, porque no pienso volver hablar de esto. Yo no soy su mamá. Soy su amante. Y orgullosa de serlo. Y no voy atar al tipo a la pata de la cama de una vieja. No se lo merece. Y yo tampoco.
–No parece un buen argumento para terminar...
–No terminamos nada. Empezamos. Siempre estamos empezando. Como esta noche.
–¿Cómo? ¿De que hablás?
–Eso. Lo que oíste. Hace un mes que compró un apartamento. Lo ayudé a ponerlo lindo, y hace una semana terminamos su mudanza.
–¿Tan mal salió la cosa?
–¿Qué decís? Fueron –y son– los mejores años de mi vida. Y para él también. Miralo al “guachito pistola”...Feliz, seguro...¿qué más quiero?
–Seguís loca como una cabra...
–No me vengas con monsergas y escuchá, porque no pienso volver hablar de esto. Yo no soy su mamá. Soy su amante. Y orgullosa de serlo. Y no voy atar al tipo a la pata de la cama de una vieja. No se lo merece. Y yo tampoco.
–No parece un buen argumento para terminar...
–No terminamos nada. Empezamos. Siempre estamos empezando. Como esta noche.
–¿Esta fiestita decadente? ¡Hacé el favor..!
–No, boludo. Después. Estrenamos el jacuzzi en lo de Tito.
–No, boludo. Después. Estrenamos el jacuzzi en lo de Tito.
1 comentario:
Releyendo textos de blogs de periodistas -"Isadora" me ha parecido el mejor hasta ahora- pienso por enésima vez en la subjetividad: lo que le ocurre al periodista puede ser lo más interesante para el lector. Para que un tema interese hay que partir
de uno mismo. Lo general es lo subjetivo.
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