sábado, 19 de mayo de 2007

Elogio de nuestra lengua castellana

Vituperio (y algún elogio) de la errata es un delicioso librito que nos regaló hace ya cinco años el cachondo de José Esteban, autor, entre otros, de Viajeros hispanoamericanos en Madrid, Los proletarios del arte, Judas hi... de puta y Refranero contra Europa.
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Robamos con placer y seguridad de indulgencia algunos de los eruditos tips del autor.
Vituperio fue editado en 2002 por Editorial Renacimiento de Sevilla, Andalucía, España, y su ISBN es 978-84-8472-107-9. Por América se consigue tras caminar un poco al equivalente de unos diez euros en nuestras monedas sudacas.
Suerte en la búsqueda.
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"Aquella mañana doña Manuela se levantó con el coño fruncido", decía una línea de la primera edición de la célebre obra de Vicente Blasco Ibánez Arroz y Tartana. En realidad era el "ceño" lo que tenía arrugado doña Manuela pero el libro había sido atacado por los "ratones", como llamaba el poeta Pablo Neruda a las erratas, a veces también aludidas en Argentina como "los duendes de las imprentas".
Esteban dice haber escrito el Vituperio "para molestar, con ánimo gamberro" (patotero). Autor de novelas sobre el famoso Café Gijón de Madrid y el general Riego, José Esteban confiesa que quería escribir un "elogio del error" y especula con que muchas de las erratas están hechas a propósito para perjudicar a alguien.
Esteban confiesa que "mordisqueó" un verso del poeta Ramón de Garciasol publicado en la revista Insula. "Mariuca se duerme y me voy de puntillas", decía el vate pero lo que salió fue "Mariuca se duerme y me voy de putillas". El autor del "Vituperio" informa que "me echaron, claro". Una Breve historia del ultraísmo argentino se transformó en Breve historia del altruismo argentino.
Los errores tipográficos pueden hacer justicia. Recuerda Esteban que el novelista argentino Manuel Ugarte evocó el caso de un periodista que quiso adular al director de su diario y proclamó, aludiendo a su hija: "Basta escribir su nombre, Mercedes, para que se ponga contenta la tinta", pero salió "la tonta" y el adulador frustrado "fue despedido y apalizado por el director".
Las erratas y sus intentos de corrección son a veces desatinados. Esteban las califica de errores "invencibles". En un periódico, se elogiaba a una dama y se estimulaba a un ministro a recompensarle sus "infinitos servicios". Pero salio "ínfimos servicios" y en la corrección sucesiva apareció "infames servicios". Hubo otra intentona pero el tema se puso espinoso porque se hablaba de "íntimos servicios". Lo dejaron. Un verso del gran polígrafo mexicano Alfonso Reyes hablaba de "más abajo de tu frente" pero quedó en "mar abajo de tu frente". El libro de poesía estaba tan plagado de errores tipográficos que Ventura García Calderón apuntó en su reseña: "Nuestro amigo Alfonso Reyes acaba de publicar un libro de erratas acompañado de algunos versos".
La novela de Pío Baroja La Feria de los discretos, salió publicada como "La Feria de los desiertos" y La Dama de las Camelias, de Alejandro Dumas, se convirtió en "La Dama de las Camellas".
De las erratas dijo Ramón Gómez de la Serna que "son un microbio de origen desconocido y picadura irreparable". Max Aub dedicó un poema a la errata en uno de cuyos versos corrige: "Donde dice:/La maté porque era mía/Debería decir: la maté porque no era mía".
Un critico literario, cuyo nombre se reserva por razones de piedad, dedicó un libro a una condesa "cuyo exquisito busto conocemos muy bien todos sus amigos". "Sólo un problema: se refería al "gusto" de la condesa y no sus turgencias", explica el autor.
Un drama teatral sobre "La expulsión de los moriscos" quedó casi surrealista al publicarse como "La expulsión de los mariscos". Un anuncio solicitaba "una secretaria con ingles". Faltaba el acento porque se pretendia que dominara el "inglés".
A veces las erratas sirven para dejar al descubierto los "fusilamientos" de que son objeto algunas obras. Una edición del diccionario de la Real Academia de la Lengua, definía la entrada "Cornamusa" con una errata en una de las palabras. El error fue reproducido por varios diccionarios que se "inspiran" en el de la Real Academia.
Otras veces los "ratones" aludidos por Pablo Neruda tienen consecuencias históricas. El papa Clemente XI advirtió erratas de bulto en la edición de sus homilías y la rabieta le provocó una apoplejía de la que murió pocas horas después.

viernes, 18 de mayo de 2007

Vehemencias de Trini Reina







Muchacha en la ventana, un

Dalí elegido por Trini




Andaluza, sevillana, buena poeta y pasional. ¿Qué más?

Dejemos que la propia Trini Reina (reinaramos@gmail.com) nos lleve de la mano hasta su casa.
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"Pequeñas historias con rimas o en prosa, con principio definido, entramado romántico y, feliz o desdichada conclusión. Historias que, puede vivir, soñar, sentir, gozar o sufrir cualquiera que, crea en el poder del amor, y si me apuras –porque lo considero más pasional, si cabe - a todos los que, alguna vez en su vida, por un callejón oscuro, se dieron de bruces contra el desamor..."
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http://vehemencias.blogspot.com
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Dulce melancolía
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Al fin arribó el amor, aquel codiciado amor;
el de la rezagada espera…
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Se extinguió la incertidumbre, el prolongado deshojar de
margaritas; la cáustica duda. La certeza, pañuelo en mano,
se hizo visible, llorando lágrimas dulces.
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El corazón encomia su victoria y estrena tembloroso
repique. Y a lo largo y ancho del alma, se extiende,
untuosa, una dulce melancolía.
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Destemplados adioses, recibe la soledad, esa perseverante
y leal compañera que, desde ahora, tendrá que inquirir
paisajes ajenos, donde erigir su nido…
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®Trini Reina
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Miel y vino

Atadas tenías las manos y deambulabas dentro de un circulo.
Yo abrí, con las armas de mi alegría, en éste, un resquicio.
Entré y liberé tus manos, y tú a mí te diste, agradecido.
Bajo mi sombra te amparé y te ofrendé mi abrigo.
Y fue mi pasión el candil que alumbró en adelante tu destino.
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Compartiendo mutuas soledades escalamos hacia el vértice de un amor de miel y vino
y, en el trayecto, sembramos jardines de rosas, claveles y lirios,
donde quedaron sepultadas las reliquias de inveterados suplicios.
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Algo me retuvo en la subida y, dadivosa, te alenté a proseguir el camino,
mientras rezagada quedé, a merced de las tinieblas que,
en mis contornos, fue entretejiendo el hado indigno.
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No volviste atrás la mirada, en tu travesía hallaste nuevos peregrinos.
Grité para que por mí volvieras y me alzaras de las arenas movedizas

donde había caído. Pero ya en tu corazón gozaba de vasto espacio el olvido,
ese buitre indomable que, en tu voluntad, fundó su nido.
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Ahora son mis manos las prisioneras. Ahora soy yo quien vaga dentro del círculo,
mas tú sobrevuelas a tanta altura, que imposible es que te alcance mi invocación de auxilio.
Y en caso de que rozara, el eco de mi voz tus oídos, mirarás hacia otro lado y dirás,
que fue un caracoleo del viento, o acaso, un espejismo.
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®Trini Reina

lunes, 14 de mayo de 2007

Siglo XXI Cambalache


Abuelas de Plaza de Mayo, Página 12,
Sócrates, Goebbels, Antonio Machado,
Verbitsky, Pepe Treviño, algunos otros
santos inocentes y pedantones al paño
que miran, callan, y piensan
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El cambio del sexto al séptimo año del milenio trajo motivos de tristeza y desasosiego para algunas buenas gentes. El 15 de enero de 2007 falleció en la ciudad de Buenos Aires José B. Treviño a los 84 años.
Pepe, periodista, entrañable maestro y lúcido testigo de la segunda mitad de siglo pasado, practicó a lo largo de su vida la coherencia, en tanto actitud lógica y consecuente con los principios que se profesan ((DRAE) . Entre otros, éstos fueron las ideas humanistas y progresistas, la honestidad y la sencillez.
Su proverbial llaneza fue la elección de un hombre culto y de fina sensibilidad.
Con gracejo, se autotitulaba socialista inorgánico, aunque confesaba haberlo sido también orgánico.
—Es como la química, che. Con la orgánica, me pierdo…
También bebió de la fraternidad y las bibliotecas masónicas. Pero un buen día largó. Nada personal:
—Los hermanos son de lo mejor… pero me duermo…
Es el autor del libro La carne podrida, sobre el negociado Swift-Deltec con el que intereses frigoríficos locales y estadounidenses perjudicaron al Estado argentino, que fuera ventilado por la justicia a finales de la década de 1960. Hasta el día de hoy, carne podrida es para el habla popular el más expresivo sinónimo putativo de engaño mayúsculo.
Integró las redacciones de los diarios Crítica, La Prensa y El Cronista Comercial y de la agencia noticiosa DYN, entre otros medios.Fue asesor de la Presidencia de la Cámara de Diputados de la Nación desde 1983 hasta su jubilación.
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Benevolencia no quiere decir
tolerancia de lo ruin
o conformidad con lo inepto,
sino voluntad de bien.
Antonio Machado, escritor (1875-1939)
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Por otra parte, Pepe, su mujer Carmen Rivarola —periodista como él, consecuente con sus ideas progresistas como él, fallecida en el invierno de 2003— y su hija adoptiva Juliana —hoy de 29 años— fueron víctimas y protagonistas de un episodio de justicia paradójicamente injusto.
La enorme tarea de reparación de los daños que la última dictadura militar de 1976-1983 provocó en la Argentina con el terrorismo de Estado costó —y cuesta— treinta mil desaparecidos y la apropiación de varios centenares de bebés de detenidos-desaparecidos, entre otros delitos de lesa humanidad.
Aun antes de que los militares usurpadores debieran huir del Poder tras la debacle de la Guerra de Malvinas, Carmen de Treviño supo —a través de dos de los prominentes luchadores por los derechos humanos, los escritores Ernesto Sábato y María Elena Walsh— de la apropiación de niños secuestrados junto a sus padres por los represores o nacidos en el cautiverio.
Pepe y Carmen pensaron en la dirección correcta: Juliana, adoptada de pocos meses de vida en 1978 con todas las de la ley, podía ser una de las criaturas que las Abuelas ya buscaban como podían. De la mano de sus padres, la niña fue una de los primeros voluntarios en dejar su sangre en el novedoso Banco Nacional de Datos Genéticos, creado en 1987 por ley para entender en “todo conflicto de filiación”. La investigación no dio pistas firmes.
En 1988, en un procedimiento por lo menos confuso, un juez federal de un distrito suburbano del Oeste de Buenos Aires, Juan María Ramos Padilla, invocando indicios obviamente erróneos, citó al matrimonio Treviño y a su hija al juzgado en horas desusadas, alegando motivaciones que encubrían su intención de quitar por la fuerza pública la custodia de la niña a sus padres para entregarla a los familiares de la pareja de los hasta hoy desaparecidos militantes políticos Pedro Sandoval y Liliana Fontana.
Ramos Padilla fue luego acusado por su intervención en el caso ante la propia Justicia y se estima que los argumentos del cuestionamiento influyeron para impedirle un ascenso a camarista y hasta habrían merecido sanciones administrativas dentro del Poder Judicial.
Lo que sí ocurrió sin calificaciones condicionales fue que el programado y deseado despegue del oportunista hacia la política con una candidatura a una diputación por el radicalismo quedó en agua de borrajas.
Tras meses de zozobra para los Treviño y su doblemente extrañada niña de 10 años, estudios más rigurosos realizados con nuevas técnicas en Francia y los Estados Unidos por fin perforaron el cerco de maniobras judiciales y descartaron la filiación de Juliana como Fontana Sandoval.
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Miente, miente, que algo quedará
Joseph Goebbels (1897-1945)
Ministro de Propaganda nazi
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Otra arista oscura y grotesca de este caso fue el tratamiento sensacionalista que en ese momento le dio cierto sector de la prensa progresista y comprometida con los Derechos Humanos; por ejemplo, el entonces influyente diario Página 12, con Horacio Verbitsky a la cabeza.
En plena vigencia de medidas judiciales cautelares, sin el menor recato –siquiera por lo doloroso y grave de la causa, no por los Treviño–, se les dio en ese medio a Pepe y a Carmen el trato de apropiadores cercanos al Poder, y hasta filtraron supuestas infidencias de los expertos psicólogos que trataron a Juliana durante su extrañamiento forzado de su casa, que sigue siendo la de hoy. En plena ordalía, aventuraron falsamente indicios de ciertos rasgos de perversión detectados en la relación de Pepe para con su hija.
Entonces, y hasta ahora, se especuló con que semejante fiereza en torcer lo que al fin resultó la realidad obedeció al deseo de algún estratega de inteligencia de armar un leading case, un caso emblemático ante la difícil tarea por delante de devolverles su identidad a las víctimas de esta tragedia. Al parecer, el desvarío en curso sostenía que no tenía mucha gracia que la primera recuperación cabal de identidad tuviera como protagonistas a dos padres enemigos de la barbarie.
En realidad, era cuestión de hacer las cosas bien, y calladamente.
En esa dirección, las Abuelas de Plaza de Mayo ya han hecho justicia y reparación posibles con 87 hijos de desaparecidos hasta el primer trimestre de 2007.
Precisamente, el nieto recuperado número 84 fue Alejandro, llamado Pedro por sus reencontrados familiares sanguíneos, los Fontana y los Sandoval. Pedro pidió reserva de su identidad. Accedió a entregar una muestra de su sangre para comprobar su identidad sólo cuando lo ordenó un juez.
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Sólo la verdad nos hará libres
Sócrates (470-399 adC)
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Calladamente, decimos. Acaso resultó demasiado silencioso para las Abuelas. Ellas, a fuero de su bien ganada fama de mujeres íntegras y batalladoras, podían haber echado un poco de luz sobre el desdichado error de los comienzos. No lo hicieron. No se les olvidó. Decidieron no hacerlo, a pesar de sugerencias en contrario de simpatizantes de su justa causa.
En el manejo de la difundida noticia del hallazgo de Alejandro, ni las Abuelas ni medio alguno que se ocupó de la noticia mencionaron el antecedente de la pertinaz y refractaria equivocación con Juliana.
De eso no se habla.
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©José Luis Agromayor
Periodista M.P. 6897
Abril de 2007

viernes, 11 de mayo de 2007

Trini

Cuento

Nunca pude siquiera imaginar un epílogo coherente para ese culebrón trunco. Y lo tenía.
Así se ve a la distancia de tres décadas ese ajedrez un tanto desquiciado que nos atrapó durante un año largo a Trini y sus hermanos Juan y Marijé, al Negro Alcorta y a un servidor, Angel Santiago. Eso, sin contar al dueño de la llave del entuerto, el psicoanalista de Trini, Jeremías Balzebuth.
El Negro y yo transitábamos con espíritu de fatuo orgullo ciertas costumbres comunes, buenas y no tan buenas pero marcadamente superficiales. En la treintena ambos, periodistas noveles, prometíamos. Algunos aciertos y buena disposición para el trabajo nos habían granjeado pequeños privilegios y responsabilidades dentro de un oficio en expansión. Éramos los jóvenes listos que nunca faltan en una redacción.
Trini Somoza aterrizó por el periódico en medio de la conmoción por la muerte del caudillo Juan Perón, en 1974. Aterrizar es el verbo adecuado para esa suerte de ángel caído de anteojos ahumados culo de botella y cabellera desprolija, viva imagen del estupor embolsada en jeans y chamarra gigantescos para su talla.
María de la Santísima Trinidad Somoza, meteoróloga recién recibida, llegaba para hacerse cargo de la sección correspondiente en el centenario matutino porteño. Era oriunda de Carmen de Patagones, en el confin sur de la provincia de Buenos Aires, donde la Pampa Húmeda comienza a transformarse en la salitrosa meseta patagónica.
Como segundo de Información General, me tocó el papel de tutor laboral de Trini. Por añadidura, tomé con mi pupila el papel de defensor de pobres y ausentes ante las mofas, sutiles y de las otras, que su carácter frágil atraía. Fui el primero en saber de sus bonitos ojos verdes almendrados, cuando se permitía llorar ante mí por las burlas y limpiaba sus culo de botella. El Negro tenía un especial don para sacar de quicio a la víctima preferida de sus zorrerías. Bastaba el capcioso saludo del columnista-estrella de Políticas (“-¡Hola, Somoza, preciosa viciosa!-”) para que Trini quedara al borde del soponcio.
Mil veces intenté que la muchacha entendiera a su reacción como el mejor incentivo para el muy guarro de Alcorta. Mis protestas ante él terminaban en sus bromas sobre mis intenciones incestuosas para con mi ahijada.
De a poco, fue madurando en mí la idea loca que no resultó tal:
Trini se estaba enamorando del Negro, morocho, argentino y seductor. Nunca se lo explicité a ella, pero sí al simpático canallita. Buscaba yo que sopesara el mal que podía hacerle a la endeble autoestima de Trini. Para mi sorpresa, la confesión de mi amigo cortó como un sable a un queso mis pretendidas dotes de taumaturgo. No se sentía enamorado, pero había algo con la provinciana que no lo dejaba dormir bien, me aseguró. Hablaba casi con temor. Por reflejo, estuve a punto de festejar con alguna burla la revelación, pero me contuve a tiempo.
Trini y el Negro habían hecho el tránsito de las riñas de cachorros a un compañerismo algo más maduro, cimentado por la militancia de ambos en el sindicalismo. Uno y otro ya me habían adoptado como cura confesor laico. Por cuerda separada, me juraban que entre ellos no pasaba nada. Les creí.
Por entonces, Trini viajó a su pueblo por unos días, y nos encomendó a su hermano Juan, quien aprovecharía la estadía de ella en Carmen para usar el apartamento.
Juan resultó una versión masculina de su hermana, algo menos hermético y de un registro de voz apenas más grave. Algo chapado a la antigua en su vestuario, se despachó, copas de por medio, sobre su trabajo –contable de una cooperativa– con el fervor de un astronauta contando su alunizaje. Lo que se dice, un compendio de tedio.
En el siguiente encuentro de solteros, Juan de Dios Somoza nos regaló a los postres de un puchero (cocido argentino de carnes y verduras) una semblanza de sus ancestros. maragatos, campesinos españoles de incierto origen semítico. o cartaginés, o de ambos, traídos al Virreinato del Río de la Plata en 1779, gente de espíritu indómito y voluntad de hierro. Esta disertación del contador Somoza resultó algo más llevadera, pero lo sustancial llegó en el tercer encuentro.
Ya sin la presencia del Negro, que Juan evitó con promesas de nuevos monólogos sobre indios y colonos de su comarca, éste se despachó con sus angustias.
Juan creía que su hermana estaba en serios problemas. En sus conversaciones esporádicas y en sus breves estadías en Buenos Aires, había observado cambios inquietantes en su hermana.
­ –No sé… ideas raras…. y ahora esa fascinación con su trabajo, que poco tiene que ver con su formación científica… y su apego enfermizo a este hombre…
En ese punto, con los mejores modales que encontré, detuve en seco la argumentación de Juan. No acepté que acusara al Negro con las típicas medias tintas que ya se perfilaban en la sociedad, Ideas raras… Faltaba que dijera algo habrán hecho. Además, su hermana no merecía el insulto de ser tratada como tonta.
–No te confundas, no hablo del Negro. Hablo del analista de mi hermana, Balzebuth.
La aclaración de Juan me acercó por primera vez ese apellido.
La última protagonista de la historia irrumpió en el verano 75-76. Otro viaje de Trini al sur acercó a Buenos Aires a Marijé, María de Jesús Somoza, hermana de aquella. Gente devota los Somoza de Patagones
A pesar de las casi nulas referencias que Trini dejó sobre el viaje de su hermana menor, Marijé se las arregló para aparecer por el diario. Resultó una réplica en negativo de la chica del tiempo. Los mismos ojos almendrados, pero color azabache y sin los lentes de hipermiope. Pelo renegrido y brillante y una figura avasallante. Tal vez, una ilusión creada por la lascivia felina de gestos y movimientos.
El Negro festejó como un hallazgo mi definición: una mujer de temer. La visitante bebía como un cosaco, y era de tomo y obligo.
Mucho temor no debió vencer el Negro junto a Marijé, pues los dos últimos días de la visita de Somoza chica, como la bautizamos, ambos permanecieron perdidos para el mundo.
El regreso de Somoza grande no fue muy afortunado.
Retomó su trabajo hosca como nunca. Algo había ocurrido en su reencuentro con Alcorta y ninguno de los dos abrió la boca al respecto.
Ya no se veían afuera.
A los pocos días, el huevo de la serpiente de la represión se abría paso a la quinta y más sangrienta dictadura militar de la Argentina.
Miles que lograron escapar a la muerte y al secuestro debieron exiliarse. Entre tantos, el Negro Alcorta y el desconocido Jeremías Balzebuth.
En el duro invierno de 1976, la noticia cayó como una puñalada. Trini se había quitado la vida. La llevaron intoxicada al hospital y el lavado de estómago llegó tarde. Ella se había ocupado de eso con la dosis. Pidió en una carta ser cremada, y hubo problemas durante unos días para cumplir con su voluntad por problemas con su identidad.
El Negro reconstruyó su vida en Suecia, y murió allí hace unos años, dejando familia. Dicen que nunca quiso volver y que no murió de nada en particular como no fuera la nostalgia.
Balzebuth encajó bien en la Universidad de Lovaina, Bélgica, como catedrático itinerante. Internet me permitió hace poco chatear con él y cerrar el círculo.
Supe a la distancia de su muerte. Me apenó mucho pero no me extrañó. Si hubiéramos hablado entonces, no le hubiera contestado nada. Balzebuth se adelantó a mi pregunta.

–¿Fue muchos años su paciente?

–Desde que empezó sus estudios en Buenos Aires.
–¿Usted supo de Alcorta y de mí?
–Sí. Y quédese tranquilo. Ambos fueron un refugio en el desierto que ella se inventó.
–¿Usted trató también a sus hermanos?
–Digamos que sí, amigo.
–No aparecieron nunca después del suicidio.
–No podían.
–¿Por qué no podían?
–Ya no existían.
–¿Cómo puede afirmarlo?
–Amigo Santiago: para la Justicia fue un suicidio, pero la verdad es que fue un crimen pasional por tres. ¿Me entiende?
–No.
–Se mataron entre los tres, uno al otro, no sé en qué orden.
–¿Cómo es eso?
–Los tres habitaban el mismo cuerpo.
–El de Trini.
–No. El de Juan de Dios. Haga la cuenta, asocie un poco. Dios, el Padre. Jesús, el Hijo. Queda el Espíritu Santo. ¿Qué da eso, periodista?
–La Santísima Trinidad.
–Aprobó, Ángel.




© José Luis Agromayor
Septiembre de 2006