domingo, 3 de febrero de 2008

Post V: acerca del noble oficio de heraldo


Las palabras son un remedio infalible para contrarrestar los efectos del tedio. Siempre están dispuestas a hacernos creer más listos, más sabios o más justos de lo que somos con el solo recurso de hacerlas brotar de la pluma o el teclado, de abrir un libro, obra maestra o diccionario, crucigrama, o inicio de una partida de scrabel.
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Aquí, un ejemplo de nuestra sección Divinas Palabras, tal vez la más apreciadas por sus editores, y acaso por eso de las más sacrificadas en su periodicidad. Hoy le tocó a heraldo. Y vea el lector atento por dónde tan antiguo y prestigioso vocablo resulta el padre del lunfardo porteño farabute.

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heraldo
Proviene del francés heraut, derivado del vocablo franco heriald, que significaba ‘el que dirige el ejército’, formado por heri (ejército) y waldan (ser poderoso), esta última enraizada en el indoeuropeo wald- (ser fuerte). Esa palabra puede ser hallada en antiguos textos de Escandinavia, como Haraldr, y de la Baja Alemania, con la forma Heriold. Sin embargo, las actuales Herold, del alemán, y herald, del inglés, se difundieron a partir del francés, como ocurrió, por otra parte, con esta palabra en todas las lenguas romances.
En su Diccionario español-latino (1495), Nebrija registraba faraute, ya que en aquella época el castellano cambiaba por una f la h aspirada que existía por entonces en francés. El diccionario de Nebrija se ocupa de ‘faraute de lenguas’, que es el nombre más antiguo en español de la profesión de intérprete, un significado que proviene del hecho de que el faraute había sido en cierta época un mensajero de guerra que necesitaba conocer otras lenguas para comunicarse con el enemigo o con aliados de otras tierras. Con ese sentido figura en este texto extraído de la obra anónima La vida y obras de Estebanillo González, de 1646:
Sirvióme a mí de padrino mi faraute Garci Ramires, y a el retador otro estudiante, camarada suyo. Pusiéronnos una mesa y encima della dos vasos pequeños, para que empezásemos nuestra batalla; y dos pipas y un papelón de tabaco picado, [y] un candelero con una vela encendida, para que se entretuvieran los padrinos mientras durase la refriega.
En Covarrubias (1611), el faraute era también el actor que hacía la presentación al comienzo de una comedia; pero la palabra no demoró en derivar hacia acepciones peyorativas, pues se convirtió de mensajero en ‘alcahuete’ y en ‘criado de prostitutas’. En italiano la palabra tuvo una trayectoria similar y se convirtió en farabutto, con el sentido de holgazán o bellaco, de donde pasó al lunfardo rioplatense como farabute, con el mismo significado.
Pero mientras faraute seguía esos derroteros, la forma heraldo continuaba su propio camino en español, designando al militar que marchaba al frente del ejército portando escudos y blasones, como en esta traducción de Orlando Furioso, publicada en 1549:

Un hielo cada moro se volvía,
y cualquier escocés la llama pura:
cada cristiano el brazo parecía
de Renaldo tener, y lanza dura.
Sobrino con su gente arremetía,
sin esperar heraldo o más ventura:
aquesta es la mejor de las mejores
de capitanes de armas y señores.

De heraldos como éste, que erguían el blasón de su rey para comandar el ataque, nació en francés el nombre de la heráldica, que en nuestra lengua designa el ‘arte de los blasones’. Curiosamente, en ese ir y venir que aparece con tanta frecuencia en la historia de las palabras, la voz francesa heraldique se formó a partir del latín medieval heraldus, originado, a su vez, en el francés héraut.

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