viernes, 15 de febrero de 2008

"Atlas del Infierno", otro relato del argentino Alejandro Dolina

El Infierno, según El Bosco (1453-1516).
(Para ampliar ilustración, click sobre ella)

Enzo Lucione, el predicador, creía que la intimidación era el recurso para que los pecadores se arrepintieran. Durante toda su vida había recorrido el barrio de Flores, casa por casa, anunciando que se venía el fin del mundo, que el Juicio Final nos iba a agarrar a todos inconfesos y que el Diablo se estaba frotando las manos. Era un hombre brutal. Resuelto a defender la causa del bien, lo hacía sin misericordia. Muchas veces, agotados sus escasos argumentos, procedía a la conversión de impíos con una pistola Ballester-Molina que -según Lucione- era más eficaz que la Biblia. Lo habían echado del Ejército de Salvación, de los Testigos de Jehová y de los mormones. Junto a un grupo de amigos aficionados al tango fundó la secta Los esparos del Ñorse. Todos los sábados recorrían las milongas y mientras bailaban les murmuraban amenazas bíblicas a las muchachas, tratando de redimirlas, o en todo caso, de seducirlas. Lucione carecía de todo encanto. Su lenguaje era muy limitado y sus conocimientos casi nulos. Aconsejado por un chofer de camionetas, resolvió reemplazar sus discursos de compadrito por un folleto explicativo, cuya redacción encargó al bibliotecario Vicente Peluffo. Peluffo, que era ateo, tardó seis años en terminar el trabajo. En realidad, lo que hizo fue un brevísimo atlas del Infierno, prolijo, austero, despojado de toda grandilocuencia. Lucione protestó alegando que las calles que él recorría eran tan horribles que se necesitaba un Infierno muy riguroso para que los vecinos no lo sintieran como una mejora. Peluffo prometió corregirlo, pero nunca lo hizo. Transcribimos su texto completo.

DESCRIPCION DEL INFIERNO.

1) Ubicación
Las opiniones son muchísimas. Los romanos lo situaban bajo el Polo Sur.
Gregorio Magno hablaba de un volcán de las islas Lípari. Otros han señalado el
Etna, o el centro de la Tierra, o las Antípodas, o el Sol, o el valle de Josafat. En el Huon de Bordeaux se dice que el infierno es una isla llamada Moysant. Hugo de Auvernia jura que encontró la puerta del infierno en el lejano Oriente. Acerca de las puertas, se conocen varias: el pozo de San Patricio, en una de las islas del lago Derg, en Irlanda; el fondo de un lago cerca de Pozzuoli; la que se llama Averno, ubicada en el camino del cabo Tenaro, que fue la que utilizó Heracles para raptar a Cerbero; en la vecindad de Heraclea del Ponto, en Trecén; debajo de Jerusalem; en la boca de los volcanes; en Ceram, una de las islas Molucas. La principal de las entradas tiene nueve puertas: tres de bronce, tres de acero y tres de diamante.
En general se coincide en que el intierno está bajo la corteza de la Tierra. Los sabios de la Antigüedad creían que bajo los ínfimos sótanos estaban las raíces del Arbol de la Vida y del Arbol del Conocimiento, cuyas ramas superiores rozan el Trono del Señor.
Los griegos decían que bajo el Infierno había otra instalación aún más profunda: el Tártaro. La distancia entre la tierra y el Infierno era la misma que entre el Infierno y el Tártaro. Esta distancia fue precisada en distintas ocasiones y era exactamente la longitud recorrida en caída libre por un cuerpo al cabo de nueve días. Sin embargo, la palabra egea tar se relaciona siempre con la idea de
occidentalidad, así como salma indica la orientalidad. De este modo tar-tar
significaría "muy, muy al oeste".

2) Extensión
El propio Satanás midió una vez el Infierno, por orden de Cristo, y calculó que desde la puerta hasta el fondo había 100.000 millas. Resulta extraño que un establecimiento situado en el interior de la Tierra sea mucho más largo que el diámetro de ésta. Otra cuestión aparece: si el Infierno es eterno, la Tierra también debe serlo.
Pero hay dictámenes en disidencia: Milton no ubica al Infierno en el centro de la Tierra sino a una distancia tres veces mayor que la que nos separa del planeta más lejano (unos 990.000.000 de leguas); el jesuita Cornelio Lapide calcula unos 200 nudos. El ruso Salzman, que es jugador de dados, conjeturó que un lugar destinado a desagradar debía ser, ante todo, chico. Los réprobos debían estar amontonados unos sobre otros, sin privacidad, porque la privacidad es también la libertad. Salzman sostenía que así como en el cielo (o en el amor) el deleite está dado por quien nos acompaña, en el infierno el principal tormento consiste en la vecindad de personas poco recomendables.

3) Centros urbanos
Emmanuel Swedenborg, que recorrió prolijamente el cielo y el infierno, declara que las ciudades terrestres tienen su doble en las alturas y su triple en el abismo.
Existe una Londres celeste y una Montevideo infernal, para deleite de los bienaventurados ingleses y para tormento de los réprobos uruguayos. En todo caso, Swedenborg juraba que la vida de ultratumba no era una condena ni una recompensa, sino una elección. Los malvados elegían el infierno. O mejor dicho, el lugar que elegían los malvados se convertía por esa misma razón en el infierno.
Dante representa la ciudad de Dite, rodeada de fosos hediondos, torres de fuego y murallas de hierro. San Buenaventura cree que el infierno es enteramente urbano. Sin embargo, innumerables cronistas consignan la existencia del continente helado, al este del Orco. Allí viven las arpías, las hidras, las gorgonas y las quimeras. Es una región de tempestades perpetuas, de huracanes
y de granizo.
La capital del infierno es Pandemónium, que más que una ciudad es el castillo y cuartel privado del Diablo. Esta construcción puede considerarse una criatura, pues responde a las órdenes de Satán. Con sólo decir una palabra aparecen o desaparecen habitaciones, se abren o cierran puertas, etc. El Pandemónium manifiesta el mayor de los lujos, pero también el más tremendo horror. Desde sus torres más altas es posible ver todo el Infierno.
Además de las habitaciones del Príncipe del Mal, están los aposentos de los demonios principales: Asmodeo, Abadón, Mammón, Belial, Leviatán, Mefistófeles, Belcebú, Astaroth. Se trata de antiguos Serafines y Querubines, que después de la Caída se convirtieron en ministros y alcahuetes de Satán.
A pesar de los esfuerzos que se hacen por conservarlo, el Pandemónium muestra un aspecto bastante ruinoso. Esto sucede en todas las construcciones del Infierno.
Otros hablan de la Babilonia infernal, perpetuamente incendiada, recorrida por aguas turbias y cubierta por un cielo de hierro y bronce. Los vientos son helados o abrasadores. Las plantas son siempre venenosas y los animales son monstruos cuya razón de existir es atormentar a los condenados.

4) Hidrografia
Hagamos mención de los principales ríos: *Cocito: también llamado Río de los Lamentos, a causa de los lastimeros sonidos que en sus orillas resuenan. Su corriente es muy fría y se dice que sus aguas no son otra cosa que las lágrimas de los condenados. Se une con el Flegetonte, que es el río de las llamas, en una gran cascada de la que nace el Aqueronte.

* Aqueronte: es el río que atraviesan las almas para llegar al reino de los muertos.
Es un río lento, negro y profundo, de aguas amargas y orillas imprecisas,
cubiertas de cañaverales. Los romanos lo situaban en las cercanías del Polo Sur.
El barquero Caronte se ocupa de cruzar a las almas hasta la orilla opuesta del río.
Se trata de un viejo horripilante que conduce la barca, pero no rema. En verdad, obliga a las mismas almas a hacerlo. Por cada viaje cobra un óbolo y es por eso que los antiguos sepultaban a los muertos con una moneda en la boca. Cuando Heracles visitó los infiernos, le dio una soberana paliza y lo obligó a pasearlo.

*Leteo: es el río del que bebían los muertos para olvidar su vida terrestre. Se le llama también Fuente del Olvido. Algunos dicen que el famoso licor que limpia los ayeres no es otra cosa que agua del Leteo. Su curso es silencioso y apacible, aunque lleno de caprichosas sinuosidades. Los condenados procuran inútilmente mojarse siquiera con una gota de estas aguas para perder en dulce olvido el sentimiento de todos sus males. Pero jamás lo logran. La mismísima Medusa custodia esta corriente.
*Estigia: sus aguas tienen propiedades mágicas. Es el río en el que Tetis sumergió a su hijo Aquiles para hacerlo invulnerable. Los dioses lo usaban para comprometerse por juramento. El procedimiento usual era el siguiente: Zeus enviaba a Iris a llenar una jarra, ante la cual se juraba. Si el dios cometía luego perjurio le esperaba un castigo horroroso. Permanecía un año sin respiración. Tampoco podía comer ni beber. Finalizado ese año, quedaba durante otros nueve al margen de los dioses, sin participar de sus reuniones y festines. El río Estigia tiene origen en una fuente de la Arcadia, cerca de Nonacris, que tal vez quiere decir "nueve precipicios". Sir James Frazer visitó el lugar en 1895 y explicó la descripción de Hesíodo, que habla de pilares de plata, observando que durante el invierno enormes carámbanos cuelgan sobre los desfiladeros. La fuente brota de una roca y luego se pierde bajo la tierra. Sus aguas son venenosas, quiebran el hierro y los metales y no es posible llenar con ella ninguna vasija o recipiente sin que se rompa. Sólo los cascos de los caballos la resisten. Suele contarse que Alejandro de Macedonia murió envenenado por esa agua. Sin embargo, Frazer declaró que un análisis químico había revelado la ausencia de sustancias venenosas. Población La raza diabólica es muy numerosa. Algunos calculan que llega a sumar 10.000 billones.
En 1273, el cardenal de Tusculum recibió una revelación divina, conforme a la cual los demonios serían 133.306.668. La tradición hebrea hablaba de una cantidad menor: apenas 200, según el libro de Enoc.
Además de los demonios viven en el Infierno numerosos monstruos adjuntos que ayudan en las torturas y -por supuesto- los condenados. El número de estos últimos se obtiene calculando la cantidad de personas que han muerto desde Adán y restando a la cifra obtenida la suma de los que han ido al Cielo y al Purgatorio.

6) Decadencia del Infierno
El poder del Diablo es limitado. No puede estar presente mucho tiempo en un lugar. Aparenta belleza, pero siempre alguna parte de su cuerpo presenta una deformación. Lo quema el agua bendita. Lo sigue siempre una estela de olor inmundo. Pero tal vez, la peor de sus limitaciones sea la imposibilidad de ordenar y mantener una estructura tan enorme y compleja como el Infierno.
Todos están demasiado viejos. Los ministros se han vuelto perezosos. Los demonios más activos se cansaron ya. Las tentaciones tienden a la ineficacia. Los pactos diabólicos son cada vez más escasos. Esto no obedece a la derrota del Mal, sino más bien a su triunfo. Los hombres se condenan solos, por mera estupidez o malevolencia, sin que haga falta la intervención demoníaca. Una vez muertos, tampoco es necesario ocuparse de atormentados, pues ellos mismos cumplen esta tarea con insólita eficacia. De este modo, el Infierno está lleno de legiones ociosas que vagan entre las llamas sin saber qué hacer.

7) Ventajas del Infierno
Sin caer en el consuelo insolvente, hay que decir que el condenado puede hallar alivio a sus dolores merced al poder de adaptación que es proverbial en la raza humana. Al cabo de mil años ardiendo, uno empieza a acostumbrarse. Es esencial en un gran dolor su carácter sorpresivo.
En otro orden de cosas, quien se halla en el abismo no puede ser amenazado, y que la amenaza consiste en prometer un mal. El mismo razonamiento nos hace advertir que en el Infierno nadie tiene miedo. Y una cosa más: toda noticia es buena.

8) Caprichos jurídicos
Conviene que los espíritus leguleyos anoten estas normas extravagantes.
Es posible salir del Infierno, salvo que uno haya comido algo en él. Después del primer bocado, las puertas se cierran para siempre. Los tormentos son perpetuos e incesantes, pero Dios concede recreos. Tal vez el Día de Navidad.
Una leyenda de finales del siglo IV relata la visita de San Pablo y el arcángel Miguel al reino de la perdición. Al ver el sufrimiento de los pecadores rogaron a Dios misericordia. Jesús se presentó en persona en el Infierno y concedió a todas las almas la gracia de no sufrir tormento alguno desde la hora nona del sábado hasta la prima del lunes. San Pedro Damián cuenta que cerca de Pozzuoli hay unas aguas pestíferas desde donde surgen unos pájaros espantosos que sólo son visibles desde la noche del sábado a la mañana del lunes. Jamás se alimentan. No es posible cazarlos. Algunos creen que son almas de condenados que disfrutan del consuelo concedido por Cristo. Sin embargo, los ruegos de los santos no deben ser muy frecuentes: suele afirmarse que los huéspedes del Paraíso hallan deleite en contemplar el sufrimiento de las almas en el Averno. Cualquiera puede imaginar la escena: una morralla de papanatas celestiales asomada al abismo, burlándose con gritos chuscos, arrojando porquerías y escupiendo. Abajo, entre las llamas, los condenados alzan puños como brasas, mientras gritan:
-¡Hijos de puta!
Dios mismo pone fin a la vergonzosa escena, echando a patadas a la patota de santurrones.
El hombre moderno, ansioso de mediciones exactas, desea saber qué posibilidades tiene de salvarse. Julián Loriot, célebre orador del siglo XVII, elaboró estadísticas consultando a un resucitado: de cada sesenta mil muertos, uno va al Paraíso, tres al purgatorio y 59.996 almas marchan al Infierno. Juan Crisóstomo calculaba que no había más de cien elegidos en toda la población de Constantinopla. Un eremita se le apareció a San Bernardo en su lecho de muerte y le aseguró que de los treinta mil muertos de aquel día se salvarían sólo dos. En cuanto al Juicio Final, debe recordarse que tendrá lugar en el valle de Josafat, no lejos de Jerusalem, y después de la resurrección, que habrá puesto a los condenados en posesión de sus hediondos y deformados cuerpos. Cristo dictará la sentencia en lengua siriaca.
En 1274, el Concilio de Lyon fundó el purgatorio. Allí van los que no son malos del todo y pueden beneficiarse con las oraciones y actos piadosos de los vivos. Enzo Lucione repartió entre los vecinos el folleto creado por Peluffo pensando que una amenaza impresa es más eficaz que una verbal. Sin embargo, la gente siguió pecando. Los vigilantes, que saben de amenazas, enseñan que el mal prometido debe parecer inminente. No importa tanto la aspereza de un castigo como la certeza y proximidad de su ejecución. Los delincuentes menos dotados sometidos a interrogatorio suelen confesar sus crímenes sólo para terminar con las presiones y los cachetazos. No calculan que el precio de ese alivio será una terrible condena. Las mentes pobres no reaccionan sino ante peligros inmediatos. El Infierno es lejano y acaso inexistente. Agotados los folletos, Lucione abandonó su misión de salvar almas y se perdió en el olvido.


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