martes, 6 de noviembre de 2007

Así es cómo nos ven a los argentinos (y lo peor es que no se equivocan demasiado)


De Putin a Chávez, los dirigentes de esos países, enriquecidos con miles de millones de cualquier moneda fuerte por el maná del oro negro, de los metales, de los productos agrícolas, creen llevar adelante buenas políticas. El Estado mete mano otra vez en la producción y asegura que el “pueblo” debe obtener una justa parte.
Los gobiernos vuelven a ser autoritarios en nombre de reglas de juego re-distributivas.
En el gran balancín de las doctrinas, después de décadas liberales reparten en sentido inverso hacia re-nacionalizaciones, controles públicos y un cierre relativo de las fronteras.
Estas políticas son ilusorias.
Sin duda, seducen. Pero, para empezar, rápidamente le dan la espalda a la democracia. El autoritarismo se sigue auto-reforzando, como el ejemplo de Rusia. Y luego confunden gestos dadivosos con la ayuda social necesaria y duradera.
Punto de partida: es necesario corregir las insuficiencias, incluso los fracasos de los años liberales, partiendo del hecho de que los sacrificios han sido pedidos exclusivamente a las clases desfavorecidas en esos países.
Pero ¿hay que corregirlas con políticas sociales perdurables o ignorándolas?
América latina ofrece un caso digno de estudio: Brasil ha elegido la primera vía post-liberal, la de la social democracia; la Argentina ha preferido la segunda, la neoperonismo, la del populismo ¿Quién gana?
A primera vista, la argentina Cristina Fernández provechando los buenos resultados de su marido, Néstor Kirchner, fue elegida fácilmente en la primera vuelta de la elección presidencial el pasado fin de semana.
Después de la humillante crisis monetaria de 2001, que forzó al país a presentar la convocatoria de pago de su deuda, a dividir el valor del peso por tres en relación al dólar, lo que arruinó a miles de ahorristas (no a los más ricos, que habían colocado su fortuna en Miami o en Ginebra), el presidente Kirchner, electo en 2003, volvió sobre muchos de los principios liberales.
Mantuvo una política presupuestaria ortodoxa, pero se las tomó con las multinacionales (como Suez) y con el Fondo Monetario Internacional, con el que rompió. Volvió a nacionalizar la politica económica con dos líneas de conducta: exportar gracias al peso débil y no depender más de los capitales extranjeros.
El aumento de los precios mundiales de las materias primas resultó una ganga: la Argentina, potencia agrícola, acumula los excedentes comerciales (6% del PBI), y una tasa a las exportaciones llena las arcas del Estado. De 2003 a 2007, la economía sale de sus quebrantos precedentes al ritmo de un crecimiento de 8.5% anual. El desempleo retrocede de 21,5 % à 8,5%. El dinero circulante divide la pobreza a la mitad, de 54% a 23%.
Enfrente, Brasil se esfuerza. Lula da Silva fue reelecto el año pasado, pero con mayor dificultad. El presidente sindicalista desarrolla desde 2002 una política ortodoxa para reconquistar una “credibilidad” cara a los capitales extranjeros. Tiene que atornillar sus gastos presupuestarios a pesar de las necesidades de todo tipo. El crecimiento tarda en despegar, se agita y luego recae.
Brasil sufre de males profundos, como señala Jérôme Sgard: infraestructuras vetustas que dificultan la exportación por la falta de rutas y de puertos, una presión fiscal muy fuerte, un sector público burocrático aun más recargado por la estructura federal.
Sin embargo, la política de Lula, ingrata durante mucho tiempo, parece finalmente rendir. “La economía brasileña ha entrado en el círculo virtuoso. La política, estable a largo plazo, aporta sus efectos positivos sobre las decisiones de inversión y de producción”, se congratula el IPEA (informe trimestral, junio 2007, Instituto de Investigación Económica Aplicada). Sin duda, el entorno exterior es favorable a Brasil, al igual que a su vecino del sur.
Pero los fundamentales, como dicen los economistas, van por el buen camino: las tasas de interés que castigan a Brasil por su pasado permisivo caen a 12%, la inversión despega (+9%), el empleo también (+4% en un año), el desempleo retrocede (8.5%).
Nada está resuelto, lejos aun, pero el terreno se despeja, la ortodoxia parece ser rentable.
Cristina, la reina de la Argentina, tiene, al contrario, una montaña ante ella. Claramente, va a tener que romper con la línea de su marido. ¿Por qué? Porque los precios arden: 9% oficialmente, el doble en realidad. El gobierno intenta camuflarlo falseando las estadísticas, pero los sindicatos no se dejan embaucar: reclaman 20% de aumento salarial. Engranaje precios-salarios conocido, cuyo desenlace es seguro: una nueva crisis.
La Argentina ha creído poder prescindir de los capitales extranjeros (y de las tecnologías que aportan); carece de inversiones. Los cortes de electricidad limitan la industria. Habrá que volver a llamar hipócritamente a la puerta del FMI para “potabilizar” la firma (Marca Registrada) del país. Las compras por 5000 millones de dólares de bonos del tesoro realizadas por Hugo Chávez, en apresurada ayuda, no serán suficientes. En resumen, la economía deberá reducir su velocidad hacia el 5%, y el Estado tendrá que decir no a los sindicatos y disminuir bastante sus esplendideces.
El match Argentina-Brasil no puede simplificarse. Ambos apuntan a lo social; para los dos, el Estado es un medio necesario. Pero un Estado reformado, riguroso, difiere de un Estado que compra al elector.

Eric Le Boucher
Le Monde - Paris
04/11/2007

Traducción:
Ángels Miarnau


1 comentario:

Trini Reina dijo...

Parece que en el gobierno argentiono todo queda en casa...

Veo que has cambiado tu blog, no? o, a mi así me lo parece.

Un abrazo