jueves, 31 de enero de 2008

Viejos ladrones: las farc quieren fijar por su cuenta las condiciones de su derrota

El polémico Bernard-Henri Lévy, (BHL, para admiradores y detractores, que los hay en parecidas cifras) ensayista, periodista, corresponsal de guerra y escritor francés, uno de los máximos exponentes de los "nuevos filósofos", hipercríticos hijos intelectuales del "Mayo del ´68, la imaginación al poder", tiene bastante que decir sobre las guerrillas terroristas colombianas.
Nacido en Argelia, pasó su juventud en París. Se formó en la Escuela Normal Superior, donde fue alumno de Jacques Derrida y Louis Althusser. Además de liderar una corriente filosófica que gozó de una gran popularidad entre los medios de comunicación de Francia, ha trabajado como editor y obtenido reconocimiento académico por sus obras filosóficas y literarias (ejemplo de esto último es la novela El diablo en la cabeza, por la que obtuvo el Premio Médicis en 1984). Además, en 1990 fundó y dirigió la revista La Règle du Jeu, ha realizado varias películas, reportajes y programas de televisión y se ha involucrado en los grandes debates de su tiempo. Se dio a conocer con La barbarie con rostro humano (1977), donde hace una dura crítica al marxismo y al socialismo como promesas de felicidad que sólo conducen a la peor de las desgracias, la "muerte absoluta".
Según él, la revolución y el progreso son señuelos; y la filosofía debe "mirar al horror de frente". El papel del intelectual es ir contra corriente y romper la unanimidad si ello es necesario.
Con El testamento de Dios (1979) divulgó algunas tesis próximas a Emmanuel Levinas según las cuales hay que escuchar lo que Dios dice en la Biblia, y resistirse al orden del mundo y a la violencia. Entre sus ensayos cabe destacar también L'idéologie française (1981), una obra que suscitó una viva polémica en su país por cuanto afirmaba que el fascismo había tenido también un origen francés, Los últimos días de Charles Baudelaire (1988), Las aventuras de la libertad (1991), Mondrian (1992), Éloge des intellectuels (1992), La pureza peligrosa (1994), Hombres y mujeres (1994) y El siglo de Sartre (2000).
Pues bien: Lévy publicó en la edición de ayer del cotidiano matutino La Nación de Buenos Aires -entre otros diarios- un análisis/propuesta tendiente a negociar el rescate de los miles de secuestrados por las autodenominadas FARC colombianas, grupo terrorista cuyos jefes son tratados de "marxistas y mafiosos" por el autor. Le asisten méritos para ello.
Ayudan a Lévy algunos pergaminos: entrevistó a dos líderes "farcos/narcos" pocos días antes en la misma selva del Caguán en la que Ingrid Betancourt y su compañera de fórmula Clara Rojas. Los compañeros farcos de entonces recitaron el mismo verso que recitan hoy: somos soldados de la libertad. ¿Ud les cree?

Basta de introito, palabra fea si las hay.
Señores: BHL en acción.
Y no le falta razón.

Fuente parcial: El poder de la palabra (http://www.epdlp.com/escritor.php?id=2592)
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Por Bernard-Henri Lévy

LANACION.com Opinión Jueves 31 de enero de 2008



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martes, 29 de enero de 2008

Hoy, las habituales felonías mundanas dejan espacio a la ficción. Sale otro Dolina

La revista Ñ, semanario sabatino de cultura del cotidiano Clarín de Buenos Aires, publicó en su serie "Grandes relatos" del 19 de enero otro texto del periodista y escritor Alejandro Dolina (ver posts del 22 y el 16 de enero). Buena ocasión para otro desinteresado robo en nombre de las letras.

La escuela de la piedra de Loyang

No resulta sencillo indagar en el pasado de la Escuela de la Piedra de Loyang. Los libros apenas si la mencionan. Los sinoístas prefieren desconfiar de su existencia y suelen arrojarla hacia otra dinastía cada vez que se la llevan por delante.
Los actuales funcionarios de la institución suelen resistirse a mostrar los archivos y vencida esa resistencia, casi siempre se encuentra uno con escritos contradictorios, escasos y más cercanos a la leyenda que al registro.
Por otra parte, es difícil conocer la verdadera jerarquía del empleado que atiende. Envolviendo a los maestros ilustres, hay un inextricable escalafón de autoridades secretas que deciden los complicados programas, las dificultosas pruebas, los implacables castigos, las recompensas lejanas y dudosas.
El vasto saber de los lectores de este informe me exime del penoso deber poético de fingir sorpresa ante cada nuevo dato.
Todos conocemos bien las enormes dificultades de los postulantes para ingresar a la escuela. Durante los diez primeros años después de su fundación, en los lejanos tiempos del emperador Han Ho-ti, nadie consiguió superar los exámenes.
Las pruebas eran secretas y los registros se guardaban bajo siete llaves. Sin embargo, algunos historiadores han conseguido reconstruir los ejercicios cumplidos por jóvenes aspirantes de nueve años de edad.
Se dice que en la primera noche, o tal vez en la segunda, cada postulante debía dibujar un mapa del cielo y dar nombre y colocación a tantas estrellas como pudiera. Para complicar la tarea los maestros astrónomos lanzaban cohetes, fuegos de pólvora y globos luminosos, que engañaban a los alumnos con falsas y efimeras constelaciones.
Al tercer día, les leían los antiguos poemas y les pedían que suspiraran en los momentos de mayor intensidad. Los alumnos que se estremecían en el instante equivocado, o que dejaban sin suspiro los versos consagrados por la tradición, eran desaprobados.
Se ha hecho célebre la prueba de las cortesanas. En la novena y última noche, los aspirantes recibían la visita de un numeroso grupo de hetairas. El ejercicio consistía en percibir el deseo ajeno. Si un alumno suponía que alguna de las mujeres sentía impulsos de intimar con él, debía entregarle una rosa.
Dar una flor a una dama indiferente acarreaba la reprobación por pe­tulancia.
Dejar sin rosa a una enamorada, causaba la expulsión por humildad desmedida.
Todos estos rigores son probablemente meros inventos destinados a sorprender a las nuevas generaciones. El verdadero interés de la Escuela de la Piedra de Loyang está en los sucesos que ocurrieron a partir del año 974, cuando el maestro disidente Wu Chang asumió la dirección. La severidad inicial había devenido en una especie de indiferencia, tal como cabe esperar bajo la influencia del Tao, que desprecia los ritos y propende a la inacción.
Wu Chang sostenía que ningún hombre es nadie, que el sujeto es un hábito jurídico y que vivimos en un entrevero de predicados que pueden ser atribuidos a cualquiera. El maestro pensaba que la mayoría de los seres no tenían ninguna idea, ni opinión, ni convicción acerca de ningún asunto. Sólo los sabios alcanzaban, al cabo de arduas jornadas, a construir unos pensamientos dudosos y frágiles que solían desarmarse ante la menor brisa.
"No importa lo que hagamos, nuestras acciones, en un sentido o en otro, son perfectamente fútiles. Observando a las plurales hormigas es posible que reparemos en alguna que presente cierta heterodoxia en su rumbo o en su carga. Pero a los pocos segun­dos, ya no sabremos si la hormiga que estamos viendo es la misma en la que antes reparamos. Al cabo de los días, el destino de las hormigas será igualmente casual, desordenado y carente de toda importancia. "
Wu Chang ocultó las reglas y prefirió que los alumnos no supieran lo que se esperaba de ellos. Fomentó la confusión, de suerte que resultara muy dificil diferenciar a un alumno de otro. Ni siquiera se sabía con exac­titud quiénes eran los profesores. Hasta los límites fisicos de la institu­ción eran imprecisos. Muchos terrenos y construcciones pertenecían a la escuela de un modo secreto. El caminante jamás sabía si estaba dentro o fuera de la Escuela de Loyang.
El emperador T'ai-tsung juzgó peligrosas aquellas enseñanzas, porque las consideraba ciertas. Encargó a su ministro Li Kuan que investigara las actividades en Loyang.
La burocracia china, como la flecha eleática, siempre encuentra un paso previo a cada acción. Y como el imperio es tan vasto como la red de funcionarios, cuando Tsu-an, enviado del ministro, entró en la escuela por primera vez para cumplir las órdenes del emperador, T'ai-tsung ya había muerto y otro hombre ocupaba su lugar.
Sin revelar su verdadera condición de delegado ministerial, Tsu-an asistió clandestinamente a lo que él pensaba eran clases de jardinería o de teatro. Algún tiempo después comprobó que se trataba de reuniones de vecinos preocupados por los demasiados incendios.
Pasó largos meses sin poder formarse ni siquiera una mínima idea acerca de la marcha de la escuela. Los habitantes de Loyang eludían cual­quier respuesta, evitaban cualquier decisión, suspendían cualquier juicio. Esta actitud convenció a Tsu-an de la existencia de una vasta conspiración, que era necesario neutralizar. Pero pasaba el tiempo y la Escuela de Lo­yang seguía siendo invisible para el funcionario. Bastante preocupado, envió un informe a la capital:
"A los dignos secretarios de la corte de K'ai Feng: ya no es posible distinguir lo que es la Escuela de Loyang de lo que no lo es. No se puede decir si existe o si no existe.
Ante una situación administrativa tan extrema y ante la imposibilidad de percibir instancias superiores a las cuales remitirme, solicito nuevas instruccio­nes, como así también recursos abundantes en metálico, por si resultara nece­sario realizar incorporaciones mercenarias, transigir en adulaciones o pagar sobornos."
Un año después de su llegada, Tsu-an consiguió asistir a una de las cla­ses del joven profesor K'iai. Lo que vio allí lo inquietó notablemente. K'iai se paseó en silencio por la sala durante casi media hora. Después dijo:
-Que nadie nombre ni cuente, porque es inútil diferenciar las cosas por las palabras o los números.
-Que nadie responda, porque responder es aceptar el poder de la pre­gunta.
-Hablemos poco, porque el lenguaje sostiene las esclavitudes. Un ti­rano es un lenguaje persistente. Los crímenes y las injusticias parecen razonables cuando se verbalizan.
K'iai recordó finalmente que el Tao era incognoscible y que nada podía decirse acerca de él. Después, siguió paseándose por la sala durante otra media hora, hasta que desapareció.
En clases sucesivas, Tsu-an tuvo motivos para acrecentar su alarma. El astrónomo y poeta Yüé Ts'ing proponía nada menos que la abolición del horóscopo, una actividad que ocupaba a miles de funcionarios. El argu­mento era éste: "no es posible saber lo que le va a ocurrir a cada uno".
Yüé Ts'ing soñaba con una paz que, según él, podía alcanzarse simple­mente evitando la lucha. No se trataba de negociar ni de conciliar, bastaba con eludir perpetuamente la confrontación. Su arte poética se complacía en los llamados versos sin conflicto, que evitaban todo choque y a menu­do toda anécdota.
Aquella sombra es Mién Shi,
el vendedor de máscaras.
Pero también podría ser un pájaro,
o un dragón o una torre distante.
Tsu-an comprendió que todos estos pensamientos configuraban una grave traición al Emperador y que merecían un inmediato escarmiento. Envió nuevos correos a la capital.
Una tarde en que Tsu-an creía estar realizando abluciones en una casa de baños, comprobó que se encontraba asistiendo a una importante reunión política. Un grupo de geómetras e intelectuales opositores a Wu Chang manifestaba su indignación y su encono. La pasividad de la escuela era causa de numerosas calamidades. Ya no se publicaban calendarios y los agricultores equivocaban los tiempos de la siembra. Siguiendo la idea de que ninguna conducta es preferible, las muchedumbres habían abandonado las regularidades cotidianas que son indispensables para vivir en sociedad.
Los intelectuales rebeldes aprovecharon la presencia de Tsu-an y lo convidaron a formar parte del grupo. Le confesaron que su máxima aspiración era asesinar a Wu Chang y restaurar la antigua Escuela de Loyang.
Tsu-an se mostró de acuerdo con aquellos propósitos, pero les hizo notar que era imposible encontrar a Wu Chang, que se hallaba oculto en un bosque de secretarías, antesalas y jerarquías dilatorias. Nadie en Loyang había visto jamás al maestro. Un matemático llamado Pa ir-shi propuso asesinar a todos los ancianos de aspecto respetable que carecieran de instrumentos para demostrar que no eran Wu Chang.
Después, los conjurados gritaron que nada era casual en el mundo, ni siquiera los modestos caprichos de una hormiga. Había que volver a los tiempos dorados del fatalismo oficial. Pa ir-shi cerró los ojos y dijo con nostalgia:
-Cuando ingresaba un alumno, los maestros ya sabíamos los resultados de sus pruebas futuras.
Tsu-an, mientras se secaba, les dijo que todo ser era alguien, aunque la naturaleza de cada personalidad y aún los hechos propios de la vida, estuvieran enteramente fuera de la voluntad y de la decisión de cada uno. Agregó que el Estado Imperial debía hacerse cargo de la acuñación de destinos funcionales a los deseos del Hijo del Cielo que eran, por definición, aquellos que más convenían al mundo todo.
Tsu-an se unió a aquellos criminales y envió urgentes mensajes a los secretarios del emperador, que por entonces ya era Chen-tsung.
Inmediatamente, comenzaron los asesinatos de ancianos de apariencia respetable. Tal cosa resultó más dificil de lo que parecía. Nadie era enteramente un anciano respetable en Loyang, como nadie era del todo un alumno ni un ordenanza ni un cocinero. Para no permanecer en una inacción que reputaban cómplice, los conjurados de la sala de baños cometieron algunos crímenes sin preocuparse mucho de la identidad de sus víctimas.
En K'ai Feng, la administración imperial se enredaba en su propia complejidad.
El mundo obedecía las órdenes del emperador, pero los caminos que seguía la voluntad del Hijo del Cielo eran demasiado largos y propensos al extravío. Muchas veces, el castigo o la recompensa alcanzaban a personas y comarcas equivocadas.
Durante largos años, Tsu-an no recibió ninguna ayuda ni comunicación de la capital. En una ocasión, fue visitado por un grupo de oficiales que le pidieron instrucciones para deponer al gobernador. Tsu-an les explicó que él no había solicitado tal cosa y los hombres se marcharon hacia otras provincias.
Pasó el tiempo. El enviado imperial envejeció esperando señales. Mientras tanto, asistía a todas las clases de la Escuela de la Piedra de Loyang. Se convirtió en una de las personas más versadas en aquellas doctrinas. Las autoridades le ofrecieron una cátedra y le permitieron enseñar el pensamiento de Wu Chang, sin sospechar que aquel hombre planeaba la aniquilación de la Escuela.
Por las noches, Tsu-an se reunía secretamente con los criminales de la casa de baños y, cada tanto, asesinaban a un viejo.
Un día, vinieron a enterarse de que Wu Chang había muerto mucho tiempo atrás, aplastado por un alud.
Las épocas siguientes fueron desdichadas. Sequías e inundaciones empobrecieron la provincia. Loyang se llenó de mendigos. La Escuela casi desapareció. Los maestros emigraron y los jóvenes perdieron interés en cualquier tipo de educación.
Tsu-an enfermó. Tuvo que abandonar todas sus actividades. Sus antiguos discípulos solían visitado en su habitación y le obsequiaban modestas golosinas. Ellos contemplaba en silencio y al fin de la visita los despedía con una sonrisa.
El día en que Tsu-an cumplía noventa años, sus alumnos se presentaron tumultuosamente ante él y le contaron que habían llegado tropas de K'ai Feng. Los soldados venían acompañados por funcionarios imperiales y maestros de la administración que tenían orden de destruir la Escuela de Loyang y reemplazarla por un nuevo establecimiento. En verdad, no encontraron mucho que destruir, apenas un pabellón ruinoso y unos ancianos profesores que vendían limones y contestaban adivinanzas.
Tsu-an recibió aquellas noticias con indiferencia. Unos días después, se presentó ante él el nuevo director de la Escuela de la Piedra de Loyang en persona.
-El horóscopo y el calendario han sido restaurados -informó-o La pasividad y la negación extrema serán castigadas con rigor. Volveremos a nombrar y a contar con la mayor precisión. Sostendremos violentamente que cada persona es distinta y que todos cumplen exactamente un destino, que es irrenunciable o imposible de modificar o intercambiar.
Tsu-an hizo una reverencia y murmuró:
-Alabado sea el Benefactor del Mundo, el ilustre emperador T'ai-tsung y su ministro Li Kuan.
El nuevo director le explicó que T'ai-tsung ya no era el emperador y que tampoco Li Kuan era el ministro. En pocas palabras señaló los cambios que se habían producido en las más altas esferas del poder. Después le preguntó qué recompensa deseaba por su trabajo. Tsu-an le dijo que volviera al día siguiente, ya que en ese momento sus deseos eran más bien inciertos.
Cuando el director regresó, Tsu-an había muerto. Sin embargo, algunos historiadores señalan que Tsu-an vivió muchos años más y que fue director honorario de la nueva Escuela de Loyang.
Más recientemente, un grupo revisionista ha sostenido que la muerte de Tsu-an se produjo mucho antes de la llegada de las tropas de K'ai Feng.
Profesores franceses prefieren creer que Tsu-an no ha existido nunca y que es en realidad una comodidad destinada a hacer comprender pensamientos antagónicos.

sábado, 26 de enero de 2008

"Perdidos en el desierto", relato de Eduardo Belgrano Rawson


Por esta temporada estival, el matutino Clarín de Buenos Aires publica en su suplemento Verano de los viernes relatos de Eduardo Belgrano Rawson (ver posts del 3 y 8 de enero). por acá, afectos a los textos cortos de ficción de cierta calidad, los aprovechamos.

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Perdidos en el desierto

Voy a hacer la valija para salir bien tem­prano. Tengo que poner las camisas y el sombrero Boongala que traje de Nue­va Zelanda. Ya cerré la llave de paso. Ahora voy a dejarle una nota a la señora que limpia. Luego voy a tirarme un rato. ¿Qué haré al final con el gato? Es una criatura perversa que ni siquiera se deja agarrar, pero después de todo vive en mi casa. Difícilmente yo alcance a pegar los ojos, mientras repaso mi recorrido. ¿Quién me mandó a meterme en esto? Es lo que aún me pre­gunto.
Me vendrá a la cabeza, supongo, aquella maestra que nos hacía dibujar en la escuela unos primorosos mapas de la Argentina donde metíamos media Eu­ropa. Uno debía esmerarse para meter todos los países posibles. Siempre quedaría algún hueco pa­ra Portugal o Checoslovaquia y también para Bélgi­ca y Dinamarca. Una vez llegamos a poner doce países. La maestra, o sea la Berta Chávez, era un rayo para estas cosas. Movía el principado de Mó­naco, cambiaba Grecia por Luxemburgo y ya tenía lugar para otro. Era increíble que entrara todo eso. Si media Europa cabía aquí y encima sobraba espa­cio, ¿quién podía preocuparse por el futuro?
Qué desilusión si alguien nos hubiera avisado que hacían falta tres países como éste para llenar el Brasil. Pero no había peligro de atrocidad semejante, ya que pocos maestros de entonces hubieran osado proporcionamos de un dato tan subversivo. Corrían los tiempos de Juan Perón y la escuela seguía sien­do un altar patriótico. Llevábamos luto por Eva y cada mañana hacíamos un minuto de silencio por ella y leíamos el manual que había escrito para no­sotros. A continuación, la Berta se descolgaba con su cartografía nacionalista. La avenida más larga del mundo cruzaba por Buenos Aires y el más ancho de todos los ríos de la galaxia era el Río de la plata. Tal vez las cataratas del Iguazú no fueran las más altas de todas, pero eran las más majestuosas. ¿Y saben qué? "Pobre Niágara", murmuró un presi­dente norteamericano apenas se las mostraron. Nosotros vivíamos prácticamente en el culo del mundo, así que se puede calcular nuestro asombro ante semejantes revelaciones.
La Berta Chávez, en cuanto agotaba su repertorio de récords, se dedicaba a la inmensidad de la pam­pa. Decía que sólo cien años antes, el desierto em­pezaba cerca de casa. En realidad no era un verda­dero desierto. pero así designaban entonces al territorio en poder de los indios.
En tiempo de los salvajes, un presidente argenti­no era una cruza de general con latifundista. De modo que conocía perfectamente la dimensión del negocio. La conquista del desierto, si uno le hacía caso a mi viejo, no había pasado de ser una opera­ción inmobiliaria con visos de redada policial. Pero mi viejo era un profesor anarquista que puteaba a Dios y a María Santísima, de modo que yo me hu­biera tragado la lengua antes de repetir sus diatribas. Ella estaba tan orgullosa de su pasado como de su culo maravilloso. No quería mortificada con el mal­humor de mi viejo, que sostenía a capa y espada que la conquista se decidió de un plumazo cuando la gente ligada al gobierno empezó a comprar a cuen­ta la tierra que se robaría a los indios.
Según mi viejo, así nacieron aquellas estancias que deslumbraban a mi maestra. Para la Berta, no había modo de describirlas. A veces iban desde la cordillera hasta el mar y se parecían más a un país que a una estancia. Una familia entrerriana tenía un campo con medio millón de vacas, pero en la Patagonia había estancias varias veces más gran­des.
En tamañas inmensidades, un arreo de ganado podía ser algo serio. A la Berta le encantaba ocupar­se de los arreos en gran escala. Una vez su abuelo había partido con una manada desde la costa del mar en dirección a la cordillera y recién ocho años más tarde había llegado a destino con los bisnietos de sus ovejas.
De modo que mi mayor obsesión fueron esos pa­rajes que pintaba la Berta Chávez. A lo mejor yo ya estaba pensando en mi viaje. No sé cuándo empecé con esto. También ignoro por qué lo hago. ¿A quién podría importarle? Pero seguro que de movida ya fantaseaba con aquellas regiones sombrías que lin­daron alguna vez con mi casa. Es curioso, por lo tanto, que en estos años no haya logrado escribir una sola línea sobre el desierto, que tanto me des­velaba.
Zambullirse en aquellos sitios debe haber sido horrible. La Berta nos hacía leer un libro. Qué im­presión, decía el loco Sarmiento, debía causar a la gente el simple acto de clavar la mirada a lo lejos y no ver prácticamente nada. Porque a medida que hundieran los ojos en aquella franja vaporosa, se­rían atacados por la fascinación y la duda. ¿Dónde terminaría aquel mundo impenetrable? ¿Qué habría más allá del horizonte? La soledad, el peligro, la muerte. El que llegara a pasar por ahí, aseguraba, sería asaltado por pesadillas que lo harían soñar despierto.
Bueno, creo que ya he juntado el coraje para man­darme al desierto. Posiblemente parta muy pronto. Sólo me queda pendiente ese asunto del gato. Si vuelvo algún día de aquellos páramos espero feste­jarlo con ustedes. No sé qué traeré de ahí adentro.
Mejor no pidan detalles, porque yo mismo los des­conozco. Hay secuencias que podría adelantarles, que acaso no tengan la menor importancia, que tal vez ni siquiera traiga de vuelta.
Una es un caldén solitario, el árbol sagrado de los indios que cruzaban el desierto. ¿ Puedo mostrar la escena? Acaba de salir el sol. De lejos parece un árbol florido, porque cada indio que pasa deja col­gado algún pedacito de género de cualquiera de sus ramas. Trae muy mala suerte olvidar esa ceremonia, de modo que nadie deja de poner algo. ¿Y eso es todo?, dirán ustedes. Eso es todo. Un árbol con flo­res de género. Tal vez no parezca mucho como pa­ra largarse al desierto, pero son esas pequeñas vi­siones las que lo llevan a uno a salir de casa, a cargar el tanque de antimateria y remontarse al espacio.
La otra escena transcurre en los últimos días de las expediciones militares, cuando unos soldados ingresan en los bosques de Potrillo Oscuro donde se refugia Pincén, el más revoltoso de los caciques. Al final se les escurrirá de las manos, pero un par de soldados que andan a la deriva encuentran a un anciano de más de cien años, reducido a la altura de un sable, que yace sobre unos cueros de oveja, casi momificado pero todavía vivo. ¿Qué podían hacer los pobres ante semejante descubrimiento?
Pues levantarlo y llevárselo. Uno lo toma en sus brazos, lo cruza sobre el caballo y lo lleva por el desierto. Habrán pensado que el indio los llevaría a la fama. Pronto descubrirán, sin embargo, que no pueden seguir con eso. No siquiera saben cómo da de comer a esa criatura reducida a la piel y los huesos que no pronuncia palabra y solamente los mira. Sospechan que acaban de cometer un error. Se sienten como esos turistas que llenan de artesanías para su living y descubren al pie del avión que no podrán subirlas a bordo. Entonces los soldados desmontan y depositan al viejo al costado del camino.Luego se van a galope tendido.Puede que estas escenas no signifiquen nada. Tal vez termine por olvidadas. Pero son la clase de imá­genes que uno precisa para internarse en los mares desolados. Sólo la esperanza de ver un árbol florido en la mitad del desierto puede llevado a uno a re­servar el pasaje. También me gustaría encontrar a ese indio del alto de un sable que aquella gente de­jó tirado a la vera del camino.

Tengo otro viaje en puerta. Primero voy a subir a quinientos metros. Iré en compañía de alguien que tripula un globo cautivo. Este hombre contempla desde lo alto la guerra más sucia que sostuvimos. Duró casi tanto como la Segunda Guerra del Mun­do. El Paraguay era entonces un honrado país go­bernado por un psicópata. El tipo tuvo la mala ocu­rrencia de tomarnos un pueblito ribereño. Era una especie de general argentino lanzándose sobre las Malvinas. Nuestras tropas lo desalojaron de un via­je. Ahí podría haber terminado todo.
Podríamos haber pedido reparación diplomática, podríamos haber exigido que desagraviaran nuestra bandera.
Hasta podríamos haber sacado unos pesos. Pero resolvimos que era preciso salvar a la Democracia. Como si los ingleses, luego de retomar las Malvinas, hubieran resuelto seguida acá. Nuestro presidente había bravuconeado en público. "En una semana en los cuarteles, en un mes en campaña, en tres meses en Asunción". Pero aunque llevábamos a los brasileños de socios y éstos tenían la cuarta flota del mundo, un montón de acorazados y otros barcos por el estilo, tardamos cinco años en llegar a la ca­pital, y eso que los paraguayos peleaban descalzos. Arrasamos el país y apenas dejamos veinte mil pa­raguayos vivos.
Fue peor que la guerra de Vietnam. Meloneados por los ingleses, masacramos a toda esa gente her­mosa. Después de la guerra, en Asunción había más mendigos que otra cosa. Nuestra vergüenza llegó a tal grado que fuimos dejando la guerra de a poco y cuando tomamos la capital estábamos reducidos a una triste columna que desde el otro lado del río se limitaba a contemplar el saqueo de los brasileños.
Voy a subir al globo para echar un vistazo desde lo alto. Como se me ocurre en la víspera, estoy repasando los diarios de otros viajeros, tal vez en busca de alguna fórmula mágica. Hace un tiempo leí que Arthur Millar ya no se apostaba frente a la máquina de escribir. Sólo se quedaba en la en la silla por si acaso la encontraba, que es algo absolutamente distinto.
Al gato vaya abrirle la puerta. Después de todo nunca me quiso. Mi viejo fue la única persona del mundo por quien llegó a sentir algo. A su muerte se metió en el cajón con él y no hubo manera de sacado. Sólo al presentir que soldarían la tapa salió afuera de un salto,
Por eso sé que apenas abra la puerta se perderá para siempre en la noche. Recién entonces voy a cerrar la casa. Quizá deje encendida la luz del por­che, mientras me calzo el Boongala, Al bolso lo agarraré con la izquierda, para dejar libre la otra mano. Luego saldré a la calle,
Voy a quedarme inmóvil un rato, hasta que me acostumbre a las sombras. Este barrio ha cambiado mucho.
Voy a mirar a uno y otro lado.
Capaz que vuelva a verificar si he cerrado con lla­ve.
Siempre me pasa lo mismo.
Ando con tantas vueltas porque estoy cagado de miedo.
Ustedes saben bien cuánta gente jamás volvió del desierto.
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martes, 22 de enero de 2008

Otro relato del argentino Alejandro Dolina

Con "Balada de la primera novia", Ñ, la revista de cultura del grupo Clarín, abrió su serie Grandes Relatos del verano 2008. Ya publicamos en este blogcito "Ankar y Lusig", y seguiremos en una semana con "La escuela de la piedra de Loyang". Los números de ingresos a las páginas nos dicen que hallamos un buen sendero a caminar, tal como ocurre con las ficciones Eduardo Belgrano Rawson.


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Balada de la primera novia

El poeta Jorge Allen tuvo su primera novia a la edad de doce años. Guarden las personas mayores sus sonrisas condescendientes. Porque en la vida de un hombre hay pocas cosas más serias que su amor inaugural.
Por cierto, los mercaderes, los Refutadores de Leyendas y los aplicadores de inyecciones parecen opinar en forma diferente y resaltan en sus discursos la importancia del automóvil, la higiene, las tarjetas de crédito y las comunicaciones instantáneas. El pensamiento de estas gentes no debe preocupamos. Después de todo han venido al mundo con propósitos tan diferentes de los nuestros, que casi es imposible que nos molesten.
Ocupémonos de la novia de Allen. Su nombre se ha perdido para nosotros, no lejos de Patricia o Pamela. Fue tal vez morocha y linda.
El poeta niño la quiso con gravedad y temor. No tenia entonces el cínico aplomo que da el demasiado trato con las mujeres. Tampoco tenía -ni tuvo nunca- la audacia guaranga de los papanatas.
Las manifestaciones visibles de aquel romance fueron modestas. Allen creía recordar una mano tierna sobre su mentón, una blanca vecindad frente a un libro de lectura y una frase, tan sólo una: "Me gustás vos." En algún recreo perdió su amor y más tarde su rastro.
Después de una triste fiestita de fin de curso, ya no volvió a verla ni a tener noticias de ella.
Sin embargo siguió queriéndola a lo largo de sus años. Jorge Allen se hizo hombre y vivió formidables gestas amorosas. Pero jamás dejó de llorar por la morocha ausente.
La noche en que cumplía treinta y tres años, el poeta supo que había llegado el momento de ir a buscarla.
Aqui conviene decir que la aventura de la Primera Novia es un mito que aparece en muchisimos relatos del barrio de Flores. Los racionalistas y los psicólogos tejen previsibles metáforas y alegorías resobadas. De ellas surge un estado de incredulidad que no es el más recomendable para emocionarse por un amor perdido.
A falta de mejor ocurrencia, Allen merodeó la antigua casa de la muchacha, en un barrio donde nadie la recordaba. Después consultó la guía telefónica y los padrones electorales. Miró fijamente a las mujeres de su edad y también a las niñas de doce años. Pero no sucedió nada.
Entonces pidió socorro a sus amigos, los Hombres Sensibles de Flores.
Por suerte, estos espíritus tan proclives al macaneo metafísico tenian una noción sonante y contante de la ayuda.
Jamas alcanzaron a comprender a quienes sostienen que escuchar las ajenas lamentaciones es ya un servicio abnegado. Nada de apoyos morales ni palabras de aliento. Llegado el caso, los muchachos del Angel Gris actuaban directamente sobre la circunstancia adversa: convencían a mujeres tercas, amenazaban a los tramposos, revocaban injusticias, luchaban contra el mal, detenian el tiempo, abolían la muerte. Así, ahorrándose inútiles consejos, con el mayor entusiasmo buscaron junto al poeta a la Prirnera Novia.
El caso no era fácil. Allen no poseía ningun dato prometedor. Y para colmo anunció un hecho inquietante:
- Ella fue mi primera novia, pero no estoy seguro de haber sido su primer novio.
- Esto complica las casas -dijo Manuel Mandeb, el polígrafo-. Las mujeres recuerdan al primer novio, pero dificilmente al tercero o al quinto.
El músico Ives Castagnino declaró que para una mujer de verdad, todos los novios son el primero, especialmente cuando tienen carácter fuerte. Resueltas las objeciones leguleyas, los amigos resolvieron visitar a Celia, la vieja bruja de la calle Gavilán. En realidad, Allen debió ser llevado a la rastra, pues era hombre temeroso de los hechizos.
- Usted tiene una gran pena -gritó la adivina apenas lo vio.
- Ya lo sé señora ... digame algo que yo no sepa ...
- Tendrá grandes dificultades en el futuro ...
- Tambien lo sé ...
- Le espera una gran desgracia ...
- Como a todos, señora ...
- Tal vez viaje.
- 0 tal vez no.- Una mujer lo espera.
- Ahí me va gustando... ¿Donde esta esa mujer?
- Lejos, muy lejos ... En el patio de un colegio. Un patio de baldosas grises.
- Siga ... con eso no me alcanza.
- Veo un hombre que canta lo que otros le mandan cantar. Ese hombre
sabe algo ... Veo tambien una casa humilde con pilares rosados.- ¿Que más?
- Nada mas ... Cuanto más yo le diga, menos podrá usted encontrarla.
Vayase. Pero antes pague.
Los meses que siguieron fueron infructuosos. Algunas mujeres de la barriada se enteraron de la búsqueda y fingieron ser la Primera Novia para seducir al poeta. En ocasiones Mandeb, Castagnino y el ruso Salzman simularon ser Allen para abusar de las novias falsas.
Los viejos compañeros del colegio no tardaron en presentarse a reclamar evocaciones. Uno de ellos hizo una revelacion brutal.
- La chica se llamaba Gómez. Fue mi Primera Novia.
-¡Mentira! -gritó Allen.- ¿Por que no? Pudo haber sido la Primera Novia de muchos.Entre todos lo echaron a patadas.
Una tarde se presentó una rubia estupenda de ojos enormes y esforzados breteles. Resultó ser el segundo amor del poeta. Algunas semanas después apareció la sexta novia y luego la cuarta. Se supo entonces que Jorge Allen solía ocultar su pasado amoroso a todas las mujeres, de modo que cada una de ellas creía iniciar la serie.
A fines de ese año, Manuel Mandeb concibió con astucia la idea de organizar una fiesta de ex-alumnos de la escuela del poeta.
Hablaron con las autoridades, cursaron invitaciones, publicaron gacetillas en las revistas y en los diarios, pegaron carteles y compraron masas y canapés.
La reunión no estuvo mal. Hubo discursos, lágrimas, brindis y algún reencuentro emocionante. Pero la chica de apellido Gómez no concurrió.
Sin embargo, los Hombres Sensibles -que estaban allí en calidad de colados- no perdieron el tiempo y trataron de obtener datos entre los presentes.
El poeta conversó con Inés, compañera de banco de la morocha ausente.
- Gómez, claro -dijo la chica-. Estaba loca por Ferrari.
Allen no pudo soportarlo.
- Estaba loca por mí.
- No, no ... Bueno, eran cosas de chicos.
Cosas de chicos. Nada menos. Amores sin cálculo, rencores sin piedad, traiciones sin remordimiento.
El petiso Cáceres declaró haberla visto una vez en Paso del Rey. Y alguien se la había cruzado en el tren que iba a Moreno.
Nada más.
Los muchachos del Angel Gris fueron olvidando el asunto. Pero Allen no se resignaba. Inútilmente buscó en sus cajones algún papel subrepticio, alguna anotacion reveladora. Encontró la foto oficial de sexto grado. Se descubrió a sí mismo con una sonrisa de zonzo. La morochita estaba lejos, en los arrabales de la imagen, ajena a cualquier drama.
- iAy, si supieras que te he llorado ... ! Si supieras que me gustaria mostrarte mi hombría ... Si supieras todo lo que aprendí desde aquel tiempo ...
Una noche de verano, el poeta se aburría con Manuel Mandeb en una churrasquería de Caseros. Un payador mediocre complacía los pedidos de la gente.
- Al de la mesa del fondo Ie canto sinceramente ... De pronto Allen tuvo una inspiracion.
- Ese hombre canta lo que otros Ie mandan cantar.
- Es el destino de los payadores de churrasquería.
- Celia, la adivina, dijo que un hombre asi conocía a mi novia ...
Mandeb copó la banca.- Acérquese, amigo.
El payador se sentó en la mesa y aceptó una cerveza. Después de algunos vagos comentarios artísticos, el polígrafo fue al asunto.
- Se me hace que usted conoce a una amiga nuestra. Se apellida Gómez, y creo que vivia por Paso del Rey.
- Yo soy Gómez -dijo el cantor-. Y por esos barrios tengo una prima. Después pulsó la guitarra, se levantó y abandonando la mesa se largó con una decima.
- Acá este amable señor
conoce una prima mía
que según creo vivía
en la calle Tronador.
Vaya mi canto mejor
con toda mi alma de artista
tal vez mi verso resista
pa`saludar a esta gente
y a mi prima la del puente
sobre el Río Reconquista.
Durante los siguientes días los Hombres Sensibles de Flores recorrieron Paso del Rey en las vecindades del río Reconquista, buscando la calle Tronador y una casa humilde con pilares rosados. Una tarde fueron atacados por unos lugareños levantiscos y dos noches después cayeron presos por sospechosos. Para facilitarse la investigación decían vender sábanas. Salzman y Mandeb levantaron docenas de pedidos.
Finalmente, la tarde que Jorge Allen cumplía treinta y cuatro años, el poeta y Mandeb descubrieron la casa.
- Es aquí. Aquí están los pilares rosados.
Mandeb era un hombre demasiado agudo como para tener esperanzas.
- No me parece. Vámonos.
Pero Allen tocó el timbre. Su amigo permaneció cerca del cordón de la vereda.
- Aqui no es, rajemos.
Nuevo timbrazo. AI rato salió una mujer gorda, morochita, vencida, avejentada. Un gesto forastero Ie habitaba el entrecejo. La boca se Ie estaba haciendo cruel. Los años son pesados para algunas personas.
- Buenas tardes -dijo la voz que alguna vez habia alegrado un patio de baldosas grises.
Pero no era suficiente. Ya la mujer estaba más cerca del desengaño que de la promesa.
Y allí, a su frente, Jorge Allen, mas niño que nunca, mirando por encima del hombro de la Primera Novia, esperaba un milagro que no se producía.
- Busco a una compañera de colegio -dijo-. Soy Allen, sexto grado B, turno mañana. La chica se llamaba Gómez.
La mujer abrió los ojos y una niña de doce años sonrió dentro suyo. Se adelantó un paso y comenzó una risa amistosa con interjecciones evocativas. Rápido como el refucilo, en uno de los procedimientos más felices de su vida, Mandeb se adelantó.
- Nos han dicho que vive por aqui ... Yo soy Manuel Mandeb, mucho gusto.
Y apretó la mano de la mujer con toda la fuerza de su alma, mientras Ie clavaba una mirada de suplica, de inteligencia o quizas de amenaza.
Tal vez inspirada por los angeles que siempre cuidan a los chicos, ella comprendió.
- Encantada -murmura-. Pero lamento no conocer a esa persona. Le habran informado mal.
- Por un momento pensé que era usted -respira Allen-. Le ruego que nos disculpe.
- Vamos -sonrió Mandeb-. La señora bien pudo haber sido tu alumna, viejo sinvergüenza ...
Los dos amigos se fueron en silencio.
Esa noche Mandeb volvió solo a la casa de los pilares rosados. Ya frente
a la mujer morocha Ie dijo:
- Quiero agradecerle lo que ha hecho ....
- Lo siento mucho ... No he tenido suerte, estoy avergonzada, míreme ....
- No se aflija. El la seguirá buscando eternamente.
Y ella contesta, tal vez llorando:
- Yo también.
- AIgun día todos nos encontraremos. Buenas noches, señora.
Las aventuras verdaderamente grandes son aquellas que mejoran el alma de quien las vive. En ese único sentido es indispensable buscar a la Primera Novia. El hombre sabio debera cuidar -eso sí- el detenerse a tiempo, antes de encontrarla.
El camino está lleno de hondas y entrañables tristezas. Jorge Allen siguió recorriéndolo hasta que el mismo se perdía en los barrios hostiles junto con todos los Hombres Sensibles.

domingo, 20 de enero de 2008

Un aprendiz de Stalin argentino que quiere jugar con los bolsillos populares

"Si la verdad está contra César, peor para la verdad". Parece que la frase, diseñada para grabar en oro y bronce la necesidad institucional de la alcahuetería, la acuñó un senador romano.El secretario de Comercio Interior argentino, Guillermo Moreno, debe tenerla muy en cuenta cada mañana cuando recuerda su misión principal de paladín de la lucha contra la inflación.
Antier tuvo algo más que una idea. Una gran idea, una ideota.
Al fin de cuentas, ¿qué es la inflación? Un número. Pues bien. Terminemos con ese número, y se acabaron las discusiones y no habrán más indices mensuales de inflación.
Si no nos creen, lean, por favor.
Un pequeñísimo paréntesis de seriedad, nos obliga a ser algo optimistas ante tanta estulticia desembozada. Los analistas políticos más avezados están divididos entre quienes creen vislumbrar un alarido triunfal de Atila ante Roma, y quienes opinan que su anuncio es un canto del cisne de un burócrata con ambiciones de hombre fuerte a la espera del telegrama de despido.

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La estrategia del polémico secretario de Comercio Interior

El funcionario, que se siente fortalecido, pretende sacar la suba de precios de la discusión pública

LANACION.com Economía Sábado 19 de enero de 2008


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viernes, 18 de enero de 2008

COLOMBIA: el decadente club de farcos y bandidos


La nota aparecida ayer 18 de enero, sostenida con el soporte gráfico de El País de Madrid y La Nación de Buenos Baires, es un paso adelante para comprender algunos claroscuros de la tragedia colombiana.
Desde los setentas y hasta hoy, Joaquín Villalobos, jefe del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) salvadoreño y luego del FMLN (Frente Farabundo Martí de Liberación) es un personaje controvertido de la historia política salvadoreña.

Junto a su compañero Roque Dalton -poeta, carismático, revolucionario e inconmovible enemigo del stalinismo, el maoísmo y sus trapicheos- fueron ambos cofundadores del ERP.
El hijo del dirigente revolucionario y poeta Roque Dalton, Jorge Dalton, acusa directamente a Villalobos de ser el autor intelectual y material de la muerte de su padre, el 10 de mayo de 1975 de un tiro en la nuca en una "casa de seguridad" del ERP en la capital salvadoreña. Su cadáver -afirma Jorge- fue dejado a merced de los animales carroñeros en una planicie de roca volcánica llamada "el playón", sitio frecuentemente usado por los "escuadrones de la muerte" de la dictadura militar de entonces para deshacerse de sus víctimas.
En los acuerdos de paz de 1992, señala Jorge Dalton (ver La Noche de los Asesinos, Revista Cultura de El Salvador - CUBANET, Octubre 2005).
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LANACION.com Exterior Viernes 18 de enero de 2008

jueves, 17 de enero de 2008

LIBROS. El viejo Mailer sigue de estreno

Y todos contentos. ADN, el sitio cultural del matutino La Nación de Buenos Aires, Argentina, nos regala, con la innecesaria excusa de la actualidad, un "bocado" del último desvelo del peleador muerto al fin del año pasado, la trilogía que extrañaremos sin conocerla.
Eso sí: el pretexto es bueno, por estos días Anagrama echa a andar El castillo en el bosque (ISBN: 9788433974600) en las librerías argentinas el primero de una trilogía sobre los primeros años de Adolph Hitler, contada por los demonios.
Aquí, la interesada y atinada evocación, que incluye un texto de Pete Hamill, amigo de Mailer y autoridad acerca de su obra.
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LANACION.com ADN Cultura Viernes 11 de enero de 2008


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La novela final
Se reproduce en estas páginas, a modo de anticipo, un fragmento del último libro que publicó Norman Mailer y que Anagrama distribuirá en la Argentina en los próximos días. El protagonista del capítulo es Himmler y el narrador, un demonio
LANACION.com ADN Cultura Sábado 12 de enero de 2008


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El célebre periodista Pete Hamill evoca la personalidad compleja y la vasta obra del novelista norteamericano (1923-2007), a quien lo unía una gran amistad. Además, un anticipo de El castillo en el bosque (Anagrama), el último libro del escritor, que en pocos días aparecerá en la Argentina
LANACION.com ADN Cultura Sábado 12 de enero de 2008


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miércoles, 16 de enero de 2008

Cuento del argentino Alejandro Dolina en "Ñ" de Buenos Aires

Ñ, la revista de cultura del grupo Clarín, publica este verano la edición en separatas coleccionables de Los Mejores Cuentos de Alejandro Dolina, selección de textos editados e inéditos. En un insertado tamaño tabloide, inició el sábado último la serie con Askar y Lusig .


El autor, Alejandro Dolina
Después de sus primeros años en Baigorrita, provincia de Buenos Aires, recaló con su familia en el barrio bonaerense de Caseros. Desde su adolescencia estudió musica y literatura Tambien pasó fugazmente por la Facultad de Derecho. A principios de la década del 70, trabajó como redactor publicitario. Pero su nombre empezó a trascender cuando inició sus colaboraciones con la revis­ta "Satiricón", un mensuario de ácido humor que fue c1ausurado por la entonces presiden­ta Isabel Martinez de Perón. En 1978, ya en plena dictadura, y desde la revista "Humor", inventó una mitología centrada en personajes del barrio porteño de Flores, donde aparece el Angel Gris. En 1987, escribió "Crónicas del Angel Gris", que volvieron a ser reeditadas en 1996 por la editorial Colihue, con nuevos capítulos, algunos reformados, a la vez que suprimió varios de los originales. En 2005, Planeta publico su ultimo libro, "Bar del infier­no. Es autor, ademas, de "EI libro del fantas­ma”, y "Lo que me costó el amor de Laura". Conduce "La venganza será terrible", que se emite por Radio Diez,Buenos Aires, Argentina, de martes a sabado, de 0 a 2, con la presencia de público.

Askar y Lusig

Más allá del río Amu Daria, lejos de Samarkanda pero sin llegar a Urgan­ch, la geografía es confusa. Los ríos son indecisos y parecen no saber en qué mar morirán. Las cadenas montañosas se entreveran y los valles se suceden de modo tal que resulta muy difícil diferenciar uno de otro.
No sólo los viajeros se pierden en aquellas regiones. Los propios cam­pesinos sedentarios suelen equivocar el camino de sus casas. Sólo los conductores de caravanas muestran firmeza en el andar. Pero es porque van lejos, tan lejos que cualquier camino es bueno para ellos.
Ul Saidzhak, historiador oficial de Yangibazar en el siglo XI, ha escrito:
La región de los bienaventurados que describen los libros santos es, ciertamente, esta en que vivimos. Los valles son fértiles, las montañas pródigas en manantiales, los inviernos suaves y amables los estíos. Las gentes del lugar son pacíficas y se sujetan humildemente a sus bondado­sos señores.
Embajadores de otros reinos han preferido redactar informes de in­verso dictamen. En todos ellos se señala la extrema pobreza de aquellas poblaciones, la asiduidad de las catástrofes naturales y la imposibilidad de registrar los asesinatos a causa de su número prodigioso.
Los hombres de la comarca no saben con certeza quién es su señor.
Los grandes imperios de la China y de los zares simulan una jurisdicción que, sin embargo, no se hace patente en la vida diaria. Apenas si cada diez años, o acaso veinte, una leva, un saqueo, un tributo forzoso, da a los lugareños la señal de que son parte de una nación real.
Los principes y khanes de las regiones cercanas son inconstantes en su dominio y sus mapas se modifican constantemente.
Sólo el odio pone claridad y vuelve nítidos los límites más borrosos.
Allí donde las montañas o las lenguas son insuficientes, la cartografía del encono nos deja saber quién es quién. Los príncipes intuyen esta verdad y sacralizan las controversias con sangre. Al cabo de pocos años, los críme­nes vuelven definitivo cualquier conflicto banal. Después de la caída del khan de Kipchak una minúscula dinastía se instaló en Yangibazar. Durante algunos años, los gobernantes se sucedie­ron en paz. Cuenta Ul Saidzhak que en el año 969 el senor de Yangibazar esperaba dos hijos de distintas concubinas. Quiso el destino que ambos nacieran la misma noche. Aunque no fue posible determinar cuál habia sido el primero, la preferencia del padre y luego la costumbre general ubicaron al príncipe Askar como heredero de aquel señorío. El otro niño, Lusig, fue cuidadosamente educado por su madre en la virtud y en el resentimiento.
Según los relatos oficiales los niños se adiestraron juntos en el arte del combate, en la poesía de los árabes y en aritmética de la India. Uf Saidzhak insiste en que ambos se profesaban un gran cariño. Abundan en su texto los episodios en que uno rescata al otro de una corriente traicionera o del ataque de una fiera. También se dice que ambos se parecían extraor­dinariamente. En el capitulo 9 de los anales de Yangibazar se aclara que Askar se diferenciaba de su hermano por tener un lunar detrás de la rodi­lla derecha. En el capitulo 36, ese lunar -o acaso otro- pertenece a Lusig y se halla entre sus omoplatos.
Cuando murió el señor de Yangibazar, Askar tomó su puesto y enfa­tizó su llegada al poder con un baño de sangre. Al frente de sus crueles soldados recorrió las aldeas de sumisión mas incierta y las sometió vio­lentamente.
La leyenda agigantó aquellas atrocidades. Algunos decían que la guar­dia personal de Askar se alimentaba positivamente con carne humana. Otros preferían creer que quienes se comían a las personas eran unos perros del Turkestán que habían sido adiestrados para la guerra.
Los tributos impuestos por el nuevo señor provocaron gran desconten­to. Entonces, el príncipe Lusig, inspirado por su madre, empezó a creer que el había nacido primero y se dispuso a reclamar su derecho al trono.
Junto con un grupo de nobles leales se retiró a Bukhoro y allí se declaró señor legítimo de Yangibazar. Lo acompañaba su madre y su concubina favorita, la bella Vartana. Lusig se hizo amigo de los pobres y por las no­ches recorría el barrio de los indigentes, a quienes obsequiaba odres de vino u hogazas de pan salado.
Los partidarios póstumos de Lusig juraban que el príncipe tañía la guzla y cantaba versos íntimos. Todavia hay, los juglares cantan una copla que se le atribuye:
Oh tú, que olvidaste al irte
Apagar la brasa de mi lujuria ...
Vuelve.
Askar ordenó la muerte de su hermano y envió una hueste numero­sa para aniquilar a sus partidarios. Los hombres de Lusig eludieron el combate, refugiándose en las montañas y disimulando su condición de rebeldes. El propio Lusig solía disfrazarse de mendigo ciego. Su madre y su concubina guiaban sus pasos y recogían las limosnas.
La invisibilidad de sus enemigos inquietaba a Askar. Cada día se torna­ba más desconfiado. Estableció recompensas para los delatores y en las puertas de su palacio se reunían cada mañana centenares y hasta miles de sicofantas que esperaban turno para denunciar a sus vecinos o fami­liares.
En el año 994, pasó por el camino de la China una caravana en la que viajaba el mago Tsu Wang, astrólogo oficial del Hijo del Cielo. Para salvar su vida, el mago obsequió a Askar una caja de ébano dentro de la cual descansaba una esmeralda, o acaso un rubí. La gema tenía la propiedad de cambiar de color ante un testimonio falso. El único que podía verificar tales mudanzas era el dueño de la piedra.
Askar empezó a llevar consigo aquella caja y espiaba su contenido ante cada frase que oía. Al saber que nadie podía mentirle, abandonó toda pie­dad, pues el perdón se lleva mejor con la duda que con la certeza. Todos los días, al levantarse, gritaba que él era el hijo mayor de su padre y el se­ñor indiscutido de Yangibazar. Y con un solo ojo consultaba el dictamen de la esmeralda, que acaso era un rubí.
Al comenzar el año 1000 sucedieron numerosas catástrofes. Ignorantes del calendario juliano, los pobladores de la región atribuyeron las inunda­ciones, las plagas y los terremotos a oscuros enojos de los dioses tártaros a los que decían adorar. Pero Lusig aprovechó la poca fe del pueblo para sugerir que los tiranos son la causa eficiente de toda calamidad. Los in­doctos y los sabios aprobaron ese juicio y muchos de ellos dieron el más firme apoyo a la causa de Lusig.
Finalmente, hubo lucha. Una lucha confusa, cuyos resultados eran im­posibles de apreciar. En medio del cieno de las crecidas, entre los rescol­dos de bosques incendiados, encanecidos por las cenizas de los volcanes, grupos de hombres enloquecidos peleaban hasta morir, muchas veces sin saber por qué. Las lealtades y las traiciones fueron arborizándose de tal modo que nadie sabía quienes eran propios y quienes forasteros.
La invasión musulmana de Abdel al Razah trajo más infortunio y más incertidumbre. En verdad, el caudillo árabe tomó Yangibazar creyendo que se trataba de Samarkanda. A pesar de las declaraciones de los prisio­neros que había tornado, Abdel al Razah se mantuvo en aquella creencia durante casi dos años y se instaló en el palacio del principe Askar. Se au­totituló visir de Samarkanda, hasta que recibió un mensaje de Tammur, el verdadero khan de Samarkanda quien lo desafiaba a cometer sus usur­paciones en el lugar pertinente. Los musulmanes se fueron a cumplir con sus propósitos originales, pero dejaron la ciudad en ruinas. Askar volvió al palacio y después de consultar su caja de ébano, acusó a su hermano de haber sido cómplice del invasor islámico.
Una noche, una patrulla reconoció a Lusig mendigando al borde de un abismo. Tal vez llamó la atención que un ciego pidiera limosna en un lu­gar tan desolado. Inmediatamente lo apresaron. Su madre y su concubina pudieron huir, nadie sabe cómo.
Al enterarse, Askar ordenó la decapitación de su hermano. Los astrólogos le recordaron que ambos habían nacido la misma noche y por lo tanto recibían idéntica influencia de las estrellas. Era peligroso tentar al destino con posibles simetrías. Askar consultó a la esmeralda mágica y la piedra dio la razón a los hechiceros. Askar dispuso entonces que Lusig fuera encerrado para siempre en la prisión más secreta del país. Eran unas instalaciones confusas, que no tenían nombre y cuya ubicación no era conocida ni siquiera por presos y carceleros, que eran conducidos allí con los ojos vendados.
Sofocada la rebelión, Askar debió ejercer su crueldad en ámbitos ci­viles. Para festejar su propia gloria tuvo la idea de construir dos palacios en las afueras de la ciudad, unidos por una ancha avenida. Impuso para ello tributos fortísimos a los campesinos y comerciantes que aún no habían muerto en la guerra, en las inundaciones, en los terremotos o en manos de criminales privados. La obra no alcanzó a completarse nunca. En realidad sólo se construyó la avenida. Hoy todavía puede vérsela como un inexplicable empedrado que no va a ninguna parte. Por el contrario, el informe del historiador oficial Ul Saidzhak fue escrito en su totalidad y describe con todo entusiasmo las amplias maravillas que no llegaron a construirse.
El palacio del norte, el mas pequeño, está construído sobre una monta­ña artificial. En las primorosas laderas crecen árboles frutales y los sende­ros están bordeados de estatuas, kioscos y pabellones. En la cumbre, una torre de granito sirve de sostén a una linterna cuyo fuego arde día y noche para facilitar la orientación de las caravanas.
Cuando ocurría alguna desgracia, los partidarios de Lusig veían acre­centar su esperanza de derrocar a Askar. Cada vez que un incendio des­truía el barrio de los pobres, la hermosa Vartana y su anciana suegra salta­ban de alegría y hacían sonar unos humildes instrumentos de percusión.
Poco a poco se fue organizando otra rebelión. Todos coincidían en que era indispensable rescatar a Lusig. El nombre del príncipe encarcelado se había convertido en símbolo del resentimiento de los oprimidos. En las frecuentes decapitaciones, las víctimas gritaban ¡Lusig!, como despedida o como insulto. A veces en la alta noche algún borracho o algún joven rebelde dejaba oir su grito desafiante.
-¡Lusig!-
En el año 1011, Vartana tomó contacto con un grupo de bandoleros tártaros que mataban a las personas por algún dinero. Con gran minucio­sidad planearon la muerte de Askar. Estudiaron las entradas del palacio, sobornaron a los guardias, lograron que algunas muchachas rebeldes in­gresaran como concubinas y, finalmente, los tártaros se filtraron en los aposentos reales una noche en la que se celebraba un banquete.
Los conspiradores no sabían que Askar había muerto algunos meses an­tes, víctima de la peste. Sus generales resolvieron mantener en secreto aquel suceso y sustituyeron al príncipe fallecido por un primo que se le parecía lejanamente y sobre el cual pensaban influir del modo más terminante.
Los tártaros apuñalaron al primo sustituto y huyeron al galope. Los ge­nerales de Askar no tardaron en encontrar un nuevo primo, cuyo primer acto de gobierno fue mostrarse en las puertas del palacio y prometer la decapitación a quienes estaban haciendo correr el rumor de que el prínci­pe había sido asesinado. Pasaron diez anos de desgracia creciente. Los generales eran mas crue­les que Askar. En 1018 hubo una invasión de ratas que no retrocedían ni aun ante las lanzas del ejército de Yangibazar. Se instalaron en la ciudad durante un año y sólo se marcharon cuando ya no quedaba ni un grano ni un queso ni una migaja para devorar.
En el ano 1021 la madre de Lusig, la bella Vartana y un grupo de 70 soldados lograron encontrar la innominada prisión donde padecía Lusig. Los guardias se rindieron sin luchar. Eran hombres viejos que no recibian salarios ni relevos desde hacía muchos años.
Hallaron a Lusig en la celda más oscura. Las dos mujeres acariciaron con ternura su cuerpo sucio y esquelético.
Al poco tiempo comprendieron que aquel hombre no las reconocía. La madre recordó el lunar que lo identificaba. Buscó primero detrás de la ro­dilla y después entre los omóplatos. Ante los nulos resultados de aquella inspección, Vartana opinó que acaso era Askar el de los lunares. El jefe de los carceleros puso fin a la discusión, mostrándoles una llaga horrible, una marca de fuego que decía Lusig en las regiones menos dignas del cuerpo del prisionero.
En seguida lo llevaron a un oasis cercano a Saragt y alli lo cuidaron amorosamente. Le hablaron de los pobres, de la rebelión, de los poemas y de la esperanza del pueblo. Pero a pesar de sus esfuerzos, no pudieron conseguir que el príncipe recordara su pasado.
Unos días después, la anciana madre tomó una decision solemne. -Es necesario que Lusig esté al frente de la hueste vengadora ... Pero tambien es indispensable que nuestro jefe sea diestro en la lucha y lúcido en el pensamiento. Dejemos a mi hijo aqui al cuidado de unos sirvientes y ha­gamos que un hombre vigoroso tome su lugar.
Esa misma noche, un primo de Lusig, que se le parecía lejanamente, ocupó su lugar. Mientras el verdadero príncipe se esfumaba de la historia, todos marchaban hacia Yangibazar gritando de valle en valle:
-¡Lusig!... Lusig ha vuelto ...
En cada pueblo se les unían centenares de campesinos enloquecidos.
Todos querían marchar a la capital y poner a Lusig en el trono de Askar.
Dos meses mas tarde, los rebeldes pelearon la batalla final. Las tropas de Askar y sus perros de guerra no pudieron resistir.
Lusig entró al palacio en llamas. Los enemigos ya empezaban a huir.
Había cadáveres por todas partes. En la más recóndita de las habitaciones, Askar fue capturado e inmediatamente llevado ante la presencia de su hermano.
Cuando los hombres estuvieron frente a frente, los testigos de aquella escena sintieron una gran emoción.
Ul Saidzhak escribió:
Los hermanos se miraron a los ojos. Seguramente recordaron los años de la infancia y la juventud. Askar debió pensar que una vez había resca­tado a aquel hombre de las aguas de un arroyo. Lusig tal vez se vio a sí mismo salvando a su hermano del ataque de una fiera. Todos los presen­tes lloraban porque sabían que detrás de los enconos estaban los lazos de la sangre que los unía fatalmente.
-¡Maten a este hombre, quien quiera que sea!- gritó Lusig.La anciana madre y la bella Vartana gobernaron la región a través del supuesto Lusig. Les esperaba una tarea muy ardua.En primer lugar, tuvieron que decapitar a los esbirros de Askar, a sus ministros, sus concubinas y sus partidarios en general. La reconstrucci6n del palacio obligó a imponer enormes tributos.
En el sur, aparecieron rebeldes que utilizaban el nombre de Askar como grito de guerra. Fueron aplastados a sangre y fuego.
En el año 1028 sucedieron horrorosas catástrofes naturales. El pueblo no tardó en murmurar que los tiranos son la causa eficiente de todo de­sastre. El historiador oficial Kalik Mutavar, que había sustituído a Ul Saidzhak, escribió:El reinado de Lusig vino a traer paz y prosperidad a la regi6n. Las gen­tes del lugar, inc1inadas por naturaleza a sujetarse a instancias superiores, cumplieron con sumisión las sabias órdenes del nuevo principe. Lusig vivió hasta edad avanzada junto a su anciana madre y su amada esposa, la bella Vartana.

domingo, 13 de enero de 2008

COLOMBIA: de la selva al orfanato, la epopeya del pequeño Emmanuel

Clara a su regreso a Bogotá. Sin demoras, se
reencontró con su hijo Emmanuel en privado en el
ICBF,
el centro nacional de cuidados que lo aloja.
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El conflicto con la guerrilla
Recién llegada a Colombia, la ex rehén de las FARC se encontró con su hijo de quien fue separada a los ocho meses de nacido
LANACION.com Exterior Domingo 13 de enero de 2008


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José Gómez, el hombre a quien la guerrilla
de las FARC confió al hijo de Clara Rojas,
cuenta su historia a Le Figaro


En el búnker de la policía judicial de Bogotá, José Crisanto Gómez Tapiero no sale de su asombro. “Me sigo preguntando por qué me confiaron a mí este niño”, explica este campesino de 39 años, con la piel curtida por la laboriosa vida de los colonos amazónicos. Sus manos están agrietadas y su ropa, gastada.
Una y otra vez revive en su mente la película increíble que empezó para él un día de enero de 2005, cuando unos guerrilleros le entregaron al pequeño Emmanuel, el niño que nació en cautiverio de Clara Rojas y uno de sus carceleros.
José Gomez vivía con su mujer y sus cinco hijos a orillas del río Inirida, en la casa de su suegro, un curandero indio. Una existencia miserable al ritmo de las cosechas de coca, materia prima de la cocaína, pilar de la economía local. Y regida por la ley de las FARC, verdadera autoridad de estas zonas remotas, a muchas horas de barco del pueblo más cercano.
Ese día de enero, una pareja de guerrilleros desembarca de una lancha rápida y le entrega un bebé sin nombre. “Tenía el brazo roto y picaduras de leishmaniose”, se conmueve José Gomez. “Es triste ver a un niño tan pequeño en ese estado”. Los guerrilleros prometen pasar al día siguiente. No vuelven hasta cuatro meses después. “Acariciaron al niño y oí a una guerrillera decir que tendría que llamarse Juan David, como su padre”. El pequeño Emmanuel se convertirá en Juan David Gomez Tapiero cuando José Gomez se declarará su tío abuelo para inscribirlo en el registro civil. “El niño parecía una carga para los guerrilleros, como si quisieran quitárselo de encima”. Los hijos de José se encariñan con este bebé de piel clara, que se arrastra con su brazo sano sobre la tierra batida del ranchito familiar. El suegro indio le aplica cataplasmas sobre las picaduras de leishmaniose, pero no puede hacer nada por su brazo.
Los meses pasan, las relaciones del colono con las FARC se deterioran. Se rehúsa a que sus hijos participen de reuniones políticas. Acaba por temer por su vida. Uno de sus hijos tiene paludismo, el pequeño Juan David no está totalmente curado. Toda la familia se traslada en junio de 2005 al pueblecito El Retorno, con unos pocos enseres, donde se amontonan en una habitación. José lleva al niño de las FARC al hospital de San José del Guaviare, la capital regional. “Cuando vieron su estado, lo hospitalizaron. Así fue como cayó en manos de los servicios sociales”.
Cuando José sale del hospital, un hombre lo intercepta y se presenta como miembro de las FARC. “Sé que ha dejado al niño. Invente lo que quiera, pero usted responde por él, si no, sabemos dónde encontrar a sus hijos”. Unos días más tarde, a penas de regreso en el pueblo, otro hombre le pide noticias del niño. “No podía decirles que había perdido la guarda. Me habrían matado al instante”, prosigue José Gomez. El colono miente a la guerrilla. “Les dije que el niño estaba viviendo en Bogotá en casa de una de mis hermanas, una persona de bien. Esto los tranquilizó. Me dejaron en paz durante muchos meses”.
En septiembre de 2007, las FARC insisten nuevamente. José Gomez es convocado al campamento de un comandante para darle explicaciones. “No puedo ir, tengo mucho trabajo”, esquiva el colono. Las semanas pasan, las amenazas se vuelven más precisas”. José le cuenta a un amigo. “Y si fuera el hijo de Clara Rojas…”, arriesga este último. Gomez se niega a creerlo. ¿La guerrilla le habría confiado a él, miserable campesino, al hijo de “una mujer tan importante”? Nace la duda.
Cuando se entera de que las FARC se han comprometido a entregarle al presidente venezolano Hugo Chávez a tres de sus rehenes, el hijo de Clara Rojas entre ellos, las presiones de las FARC aumentan. El 27 de diciembre le conminan a remontar inmediatamente el río con el niño. José se siente perseguido, acosado. El último fin de semana de diciembre, los medios de todo el mundo esperan, en Caracas y en la ciudad colombiana de Villavicencio, el desenlace de la operación “Emmanuel”, la misión humanitaria orquestada por Chávez para ir a recuperar a los rehenes en Colombia. En San José del Guaviare, José Gomez decide confesar todo a las autoridades. Pero todas las oficinas están cerradas: no hay ni un funcionario para recibir su denuncia.
El 31 de diciembre, el presidente Álvaro Uribe, durante una visita a Villavicencio, muestra su carta maestra ante los periodistas atónitos: la guerrilla pretexta operaciones militares para no liberar a los tres rehenes, pero la verdad es que ya no tiene a uno de ellos: el pequeño Emmanuel. Los servicios colombianos han encontrado indicios del niño en un orfelinato de Bogotá. Un tal José Gomez Tapiero lo reclama insistentemente. No hay más dudas. José Gomez tiembla aún al recordarlo: “Era la primera vez que oía mi nombre en la televisión. Pero yo nunca quise devolverles el niño a los guerrilleros”, jura el campesino.
Una media hora después del discurso presidencial, mientras José Gomez bordea las paredes esperando recibir una bala de las FARC en cualquier momento, motos de la policía llegan en tromba. Desde el 2 de enero, el testigo clave, su mujer y sus hijos están resguardados por la justicia colombiana, con el grado de máxima protección. José Gomez espera ahora encontrar asilo en el extranjero. “Por mi culpa la guerrilla ha sido ridiculizada internacionalmente. Y esto no me lo perdonarán nunca”.

Por Pascale Mariani y Roméo Langlois,
(Le Figaro, París, 11/01/2008)
Traducción:
Ángels Miarnau,
Buenos Aires, Argentina

viernes, 11 de enero de 2008

Chávez quiere la llave del estrado de la democracia para sus amigos terroristas

Chávez, Marulanda, demócratas "a estrenar"
Propongo un ejercicio prospectivo en torno de la figura del líder populista venezolano Hugo Chávez y su última idea brillante: cambiar la calificación de las guerrillas terroristas colombianas (FARC y ELN).
¿El argumento?
Muy fácil: no se trata de grupos de psicópatas asesinos y traficantes sino de "verdaderos ejércitos que ocupan espacio en Colombia", por lo que "hay que darles reconocimiento, son fuerzas insurgentes que tienen un proyecto político, un proyecto bolivariano, que aquí es respetado".
Como el pedido -nada de nuevo enfoque, o invitación a la discusión de ideas: lisa y llana exigencia- fue dirigido a América latina y Europa podríamos ensayar el siguiente presupuesto:¿Cómo cree que tomarían los españoles en su conjunto hoy un acuerdo "pan-ibérico" que otorgue a las bestias etarras el trato y la consideración debida a los profesantes de un proyecto político respetable?
Podríamos tambien indagar a los británicos sobre la conveniencia de iniciar tratos con células dormidas de AlQaeda para organizar un simposio sobre la Carta Magna de 1215.
Una lectura inicial podría sugerir que se tome a la chacota semejante despropósito, pero no.
Podríamos esbozar varios psicodiagnósticos o tests de personalidad divertidísimos acerca de Chávez. Hasta abonar con mil ideas libretos de programas cómicos casi obscenos, al estilo de nuestras "nuevas TV" latinoamericanas. Pero no.
Los europeos pueden atender las alternativas de este nuevo esquicio de tierras calientes,con la curiosidad del entomólogo, del filatelista. Pero tampoco.
Lo que la razón indica es que Chávez es un provocador nato. Los usos y prácticas de la república y de la democracia, aún en nuestras naciones raquíticas de ideas éticas políticas, "no le van".
La granada sin seguro de Chávez no quedó solamente en el escritorio de su vecino Uribe. Está en los despachos de varios colegas, en las listas de llamados (¿no respondidos?) de varios líderes progres.
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El presidente venezolano solicitó a América latina y a Europa que quiten de sus listas de grupos terroristas a la guerrilla colombiana; fuerte rechazo de Bogotá a la propuesta
LANACION.com Exterior Viernes 11 de enero de 2008




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jueves, 10 de enero de 2008

La liberación de dos políticas colombianas secuestradas hace seis años por las FARC

Consuelo González en el reencuentro

El presidente Chávez, al parecer, aprendió del fiasco inicial en la operación "mediática" (¿o habrá que decir "idiótica"?) para recuperar de la selva colombiana a Clara Rojas y Consuelo González, políticas secuestradas por la organización terrorista FARC.
Militar de origen -no muy bueno al parecer- don Hugo co-capitaneó una semana antes un "consejo de notables" convocado de apuro para un reality show, reflexionó -o alguien lo hizo por él- y optó por la profesionalidad de quienes son expertos en apropiarse de existencias y dignidades ajenas -terroristas y soldados- para liberar a dos mujeres políticas de su absurdo padecimiento de seis años. Se logró lo que propusimos ayer: un piadoso manto de silencio para la gestión de la "armata Brancaleone", el rejunte de políticos de segunda que no sabían dónde estaban, liderados por el ex-presidente argentino Kirchner.
Aquí abajo, dos ejemplos de lo dicho.
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Ponen fin a casi seis años de cautiverio

Clara Rojas y Consuelo González fueron recibidas por sus familiares y luego se reunieron con Chávez; están en buen estado de salud; las ex cautivas traen pruebas de vida de 16 secuestrados
LANACION.com Exterior Jueves 10 de enero de 2008



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Cristina Fernández felicitó a Chávez por la liberación y se defendió de las críticas por el operativo frustrado (Diario Perfil-CLICK)

miércoles, 9 de enero de 2008

En horas, Colombia y Venezuela liberarían a las dos secuestradas por las FARC

Los gobiernos colombiano y venezolano acaban de anunciar que acordaron el procedimiento de liberación de las dos dirigentes políticas colombianas que permanecen desde hace años secuestradas por las FARC . La entrega de ambas secuestradas a helicópteros venezolanos bajo bandera de la Cruz Roja Internacional se haría durante el día de mañana en algún lugar de la selva colombiana.
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La crisis por los rehenes


El mandatario venezolano enviará a través de su canciller una solicitud para que Colombia lo autorice a retomar la operación de liberación de los cautivos


LANACION.com Exterior Miércoles 9 de enero de 2008


martes, 8 de enero de 2008

La condesa de Chernobyl, otro relato del argentino Eduardo Belgrano Rawson

Como lo afirma el autor (ver entrada del 3 de enero en este mismo blog), hay bares y cafés de Buenos Aires que tienen sus personajes y sus bemoles.
Por estos días EBR publica en el suplemento Verano del matutino Clarín de Buenos Aires, una serie sus trabajos breves, inéditos o ya editados, que abren el suplemento de la temporada 2007/8.

La condesa de Chernobyl

Frecuento un bar peligroso, que cada tanto termina con un colectivo adentro. Una vez, comentan los mozos, un cajero despedido entró con un hacha de incendio y la sepultó en el cráneo de una señora que se disponía a sorber una lágrima. Pero el cajero estaba chiflado y eso pasó en otro tiempo.
Lo peor del bar es el baño. Se llega entre ruidos subterráneos, por un pasadizo que desemboca en ese antro atestado de clientes que miran en diagonal. Uno mea con urgencia. El día menos pensado, supone, caerá en una redada. Para los caballeros de caudal reducido, este baño debe ser un suplicio. En cuanto a los escritores muy jóvenes, yo les diría que nunca pisen el bar a menos que los acompañe la madre.
Cuando vuelvo del baño hay una flaca lánguida sentada en otra mesa, fumando un cigarrillo tras otro. Tiene delante suyo un atado de Gitanes. Me muero por decirle algo, pero ni siquiera lo intento. Quedo colgado de su mirada, hasta que paga y se va. Llevo media mañana sin completar una línea. Cada tanto, desde mi mesa, veo algún baqueano al acecho que se dispone a cruzar la avenida. Estos rastreadores urbanos tienen un instinto maravilloso. Distinguen a cuatro cuadras si aquello que viene a lo lejos es un 60 o un 38. Pueden tirarse del subte en marcha sin dejar de leer el diario. Trotan al Iado del colectivo con la Crónica bajo el brazo y montan en el momento preciso con la elegancia de un indio. Nunca se van al suelo. Conocen cada rincón de la selva mejor que su propia mano. Saben en qué momento pueden largarse a cruzar el corredor de la muerte sin quedar arrollados por la estampida.
Son los cheyennes de Buenos Aires. La ciudad está en bancarrota. Los viejos buscadores de oro son hoy juntadores de latas. Siempre he querido ocuparme de estas criaturas, pero a falta de la imaginación suficiente, me dedico a la ciencia ficción. Ahora estoy maquinando algo que sucede de aquí a veinte años. Buenos Aires está rodeada por una cerca electrificada como la frontera de México. En el horizonte arden los fuegos. Son las aldeas de los inmigrantes: Nueva Berlín, Nueva Washington, Nueva Londres. Todas las noches ellos procuran filtrarse y los paran a balazos. Es un relato de acción. Y lo mejor para escribir estas cosas son los boliches del centro.
Los bares de escritores no sirven. Uno tirita en invierno y se sofoca en verano. A partir del mediodía, el café llega quemado. Hay ciertas compensaciones: en el Tortoni uno puede pedir sidra suelta y leche merengada con canela y es uno de los pocos bares del mundo donde sirven mate cocido.
Mi bar está en Tribunales. Es un típico antro de la injusticia. El mozo llama doctor a sus clientes. Algunos van exclusivamente para que el mozo los doctoree. Es un refugio de abogados famélicos, al punto que hay una Remington debajo del mostrador. Cada tanto cae alguno a tipear un escrito desesperado. El cliente aguarda a unos pasos, con cara de prisión preventiva. Ahora la máquina duerme. En la mesa de la ventana, un abogado y su socio hablan de sus asuntos. "Pidió el expediente para mirarlo y en un descuido de las empleadas se tragó los pagarés", resume el más veterano. Ahí termina la historia. El otro revuelve su capuchino. Hay algo que lo consume. "Anoche volvió a llamarme Goyena", murmura al fin. "Tenía un patrullero en la puerta. Le estaban tocando el timbre. Quería saber qué hacía. ¿Te das cuenta? Eran las cuatro de la mañana, encima despertó a las mellizas ... mi mujer preguntaba quién era. Un momento que consulto el Código, le pedí. ¿Pero qué podía decirle? Raje por la pared del fondo."
La flaca de los Gitanes se llama Samantha. Pronto hacemos amistad. Trabaja de estatua viviente en Palermo Hollywood, pero vive por aquí cerca. Estuvo en Inglaterra y el oficio lo aprendió en Covent Garden Ahí la competencia es terrible. Mientras Samantha juntaba a lo sumo a dos ancianitas y un niño, el tragafuego de la pitón no bajaba de cuarenta espectadores. Asi que ella termino por volverse. Aqui no hay estatua que valga: de entrada la tiraron al suelo dos chicos en patineta. Luego empezó a venir un perro que le meaba la pierna cada tarde a la misma hora, un perro con señora y todo que no alzaba un dedo para impedirlo. Ahora tiene un novio ucraniano que toca el violín en el subte. Como todos los buscas rusos que pululan últimamente, este había sido primer violinista en la sinfónica de Leningrado. Mientras Samantha espera que llegue, charlamos de mesa a mesa.
Cuando hablo de bares quiero decir Buenos Aires. Los cafetines del interior son distintos. En Córdoba. por ejemplo, algunos años atras, si uno andaba de libreta y lápiz. solo podia ser quinielero. Pero había un sitio especial, mitad café, mitad pizzería. que compartiamos con el autor de la Gran Novela Cordobesa. Su escritura ya Ie llevaba diez años e iba a tenerlo todo, desde fundadores llegados de España hasta los contadores de cuentos que a pesar de la miseria reinante aun luchan por ser chistosos. Pero murió antes de terminarla.
De los bares conocidos, era el menos indicado para ponerse a contar historias. Tenía sus propios conflictos. A veces derrochaba dramatismo, cosa que no podía decirse de nuestros insulsos relatos. Una vez, ante los ojos de todos, vino a ocurrir lo siguiente:
Yo estaba junto a la barra, bregando con el capítulo cuatro. Al otro lado del bar, el autor de la GNC se rascaba la cabeza. Pegaditos a la puerta, dos amigos míos que vivían enfrente mataban el hambre con un café. En eso un recién llegado se acercó hasta el mostrador. Llevaba algo en la mano que Ie mostró al encargado. Era una bolsa del Rey del PolIo. "¿Me la podria guardar un rato?", le pregunto. Resulta que iba al cine y no queria andar con eso. El encargado aceptó la bolsa. Pongamos que se llamara Ismael. Enseguida la depositó en la heladera. Mientras el hombre se retiraba, percibí aquel resplandor en el rostro de mis amigos. Era visible que estaban pendientes. La fragancia a pollo asado los habia enardecido. Luego volví a lo mio. Cuando asomó a la superficie. mis amigos habian partido.
Al rato llegó otro sujeto, amigo de mis amigos, voluntario de las misiones suicidas. También era amigo mio. Pasó junto a mí como un rayo. Ni siquiera miró de reojo. Se plantó frente a Ismael y le dijo. "Vengo de parte del señor del pollo. Parece que tuvo un problema en la casa. Dice si puede entregármelo a mí". Ismael se agachó con abulia, metió el brazo en la heladera y sacó la bolsa del polIo.
Pero yo ya estaba lejos de ahí, arrastrado por la odisea de un hombre que llamaba desde alta mar a su casa. Ya saben lo que sucede cuando la historia funciona. El tiempo se descalabra. Uno relee la página y cuando vuelve a levantar la cabeza han transcurrido tres horas. Cuando quise darme cuenta, mis amigos estaban de vuelta, sentados en la mesa de siempre. Sólo les faltaba el palillo en la boca. Se habían cargado el polIo. No habían tenido más que agregarle tres porciones de papas fritas y una botella de vino. Se instalaron plácidamente a esperar la salida del cine.
Cuando volvió el tipo del polIo, Ismael se encontraba en su pose de costumbre, mirando su negro futuro. No dio ninguna señal de que alguien se hubiera interpuesto entre él y su pesadilla. Durante un par de minutos el forastero aguardó cortésmente, parado ante el mostrador. Ismael no se inmutó. El forastero apeló a la ultima sonrisa que Ie quedaba: "Soy el del polIo, ¿se acuerda?". Hay que hablar de la guerra sin mencionarla jamás, ¿no? Ademas, está todo ese asunto del iceberg. Lo no dicho es lo que importa. Y no se puede andar matando personajes al pedo. Mejor un muerto que diez. Y de matarlo, hay que hacerlo muy bien. Porque para colmo de males, uno siempre derrapa en las escenas de acción. Por todas esas razones, difíciles de explicar, no diré por el momento una sola palabra más.
Cuando salgo del bar donde paro no estoy triste ni vacío como Hemingway despues de hacer el amor. Más bien me siento dichoso y con ganas de seguir adelante. Sólo que entonces viene lo peor: volcar lo escrito en la compu.
Hay un degenerado que suele darme una mano cuando se empaca la máquina. Acaba de cumplir trece anos y ha leído todos los libros que existen y planea jubilarse como el escritor mas famoso del mundo. Segun lo ha demostrado, Ie bastan unos segundos para descubrir todas las veces que usaste la misma palabra en un libro. Eso no es nada: acaba de hacerlo con Borges. "Primero escaneas el texto", explica, mientras duplica El Aleph. "Después lo pegás aquí. Entonces te vas a Buscar . Y lo va haciendo, nomás, a medida que pone los dedos. Las repeticiones resaltan en la pantalla. "Qué hijo de puta...", masculla, en el colmo de la excitación.
A mí estos tipos me asustan. Por eso me la paso puliendo. Es que las primeras versiones son pavorosas. Será porque escribo en los bares y Buenos Aires nunca te da respiro.
Capaz que algún día dejo todo esto. Conozco un lugar en la sierra. Hay nogales de varios siglos y arroyos con cascaditas. Perdices por todas partes. Cada tanto pasa algún zorro con una pera en la boca.
Capaz que me instalo ahí a escribir algo, que no tendrá tifones ni nada y versará sobre las montañas azules y los tractores sudando bajo el crepúsculo y los halcones de enero que anidan entre los bosques.
Pero termino volviendo a mi cueva de Tribunales. Samantha sigue en su mesa. Mientras llega el ucraniano. nos hacemos compañía. Pero el ucraniano no llega. Ya no hay más novio, declara. La dejó por un tragasables. Una lástima, parece. porque estaban teniendo mucho éxito en la línea del tren a Tigre.
Samantha hacía de ruina atómica. El ucraniano la llevaba en brazos por los vagones. la depositaba en el piso y explicaba su tragedia, para tocar a continuación un adagio de Katchaturian. A ella no se le movía un pelo. La gente no podía sacarle los ojos de encima. Después de todo, la chica tiene lo suyo. Así. tirada en el piso, de botas y gorro de piel, debe haber parecido la condesa de Siberia, cuadripléjica por las emanaciones atómicas. El único movimiento que se notaba en su cuerpo era una lágrima que le caía del ojo hacia el final del adagio. "Una lágrima sola" aclara Samantha, que controla hasta los fluídos del cuerpo.

Dicho lo cual paga su cortado y se va. Yo agarro el lápiz y anoto: La condesa de Chernobyl.