miércoles, 16 de enero de 2008

Cuento del argentino Alejandro Dolina en "Ñ" de Buenos Aires

Ñ, la revista de cultura del grupo Clarín, publica este verano la edición en separatas coleccionables de Los Mejores Cuentos de Alejandro Dolina, selección de textos editados e inéditos. En un insertado tamaño tabloide, inició el sábado último la serie con Askar y Lusig .


El autor, Alejandro Dolina
Después de sus primeros años en Baigorrita, provincia de Buenos Aires, recaló con su familia en el barrio bonaerense de Caseros. Desde su adolescencia estudió musica y literatura Tambien pasó fugazmente por la Facultad de Derecho. A principios de la década del 70, trabajó como redactor publicitario. Pero su nombre empezó a trascender cuando inició sus colaboraciones con la revis­ta "Satiricón", un mensuario de ácido humor que fue c1ausurado por la entonces presiden­ta Isabel Martinez de Perón. En 1978, ya en plena dictadura, y desde la revista "Humor", inventó una mitología centrada en personajes del barrio porteño de Flores, donde aparece el Angel Gris. En 1987, escribió "Crónicas del Angel Gris", que volvieron a ser reeditadas en 1996 por la editorial Colihue, con nuevos capítulos, algunos reformados, a la vez que suprimió varios de los originales. En 2005, Planeta publico su ultimo libro, "Bar del infier­no. Es autor, ademas, de "EI libro del fantas­ma”, y "Lo que me costó el amor de Laura". Conduce "La venganza será terrible", que se emite por Radio Diez,Buenos Aires, Argentina, de martes a sabado, de 0 a 2, con la presencia de público.

Askar y Lusig

Más allá del río Amu Daria, lejos de Samarkanda pero sin llegar a Urgan­ch, la geografía es confusa. Los ríos son indecisos y parecen no saber en qué mar morirán. Las cadenas montañosas se entreveran y los valles se suceden de modo tal que resulta muy difícil diferenciar uno de otro.
No sólo los viajeros se pierden en aquellas regiones. Los propios cam­pesinos sedentarios suelen equivocar el camino de sus casas. Sólo los conductores de caravanas muestran firmeza en el andar. Pero es porque van lejos, tan lejos que cualquier camino es bueno para ellos.
Ul Saidzhak, historiador oficial de Yangibazar en el siglo XI, ha escrito:
La región de los bienaventurados que describen los libros santos es, ciertamente, esta en que vivimos. Los valles son fértiles, las montañas pródigas en manantiales, los inviernos suaves y amables los estíos. Las gentes del lugar son pacíficas y se sujetan humildemente a sus bondado­sos señores.
Embajadores de otros reinos han preferido redactar informes de in­verso dictamen. En todos ellos se señala la extrema pobreza de aquellas poblaciones, la asiduidad de las catástrofes naturales y la imposibilidad de registrar los asesinatos a causa de su número prodigioso.
Los hombres de la comarca no saben con certeza quién es su señor.
Los grandes imperios de la China y de los zares simulan una jurisdicción que, sin embargo, no se hace patente en la vida diaria. Apenas si cada diez años, o acaso veinte, una leva, un saqueo, un tributo forzoso, da a los lugareños la señal de que son parte de una nación real.
Los principes y khanes de las regiones cercanas son inconstantes en su dominio y sus mapas se modifican constantemente.
Sólo el odio pone claridad y vuelve nítidos los límites más borrosos.
Allí donde las montañas o las lenguas son insuficientes, la cartografía del encono nos deja saber quién es quién. Los príncipes intuyen esta verdad y sacralizan las controversias con sangre. Al cabo de pocos años, los críme­nes vuelven definitivo cualquier conflicto banal. Después de la caída del khan de Kipchak una minúscula dinastía se instaló en Yangibazar. Durante algunos años, los gobernantes se sucedie­ron en paz. Cuenta Ul Saidzhak que en el año 969 el senor de Yangibazar esperaba dos hijos de distintas concubinas. Quiso el destino que ambos nacieran la misma noche. Aunque no fue posible determinar cuál habia sido el primero, la preferencia del padre y luego la costumbre general ubicaron al príncipe Askar como heredero de aquel señorío. El otro niño, Lusig, fue cuidadosamente educado por su madre en la virtud y en el resentimiento.
Según los relatos oficiales los niños se adiestraron juntos en el arte del combate, en la poesía de los árabes y en aritmética de la India. Uf Saidzhak insiste en que ambos se profesaban un gran cariño. Abundan en su texto los episodios en que uno rescata al otro de una corriente traicionera o del ataque de una fiera. También se dice que ambos se parecían extraor­dinariamente. En el capitulo 9 de los anales de Yangibazar se aclara que Askar se diferenciaba de su hermano por tener un lunar detrás de la rodi­lla derecha. En el capitulo 36, ese lunar -o acaso otro- pertenece a Lusig y se halla entre sus omoplatos.
Cuando murió el señor de Yangibazar, Askar tomó su puesto y enfa­tizó su llegada al poder con un baño de sangre. Al frente de sus crueles soldados recorrió las aldeas de sumisión mas incierta y las sometió vio­lentamente.
La leyenda agigantó aquellas atrocidades. Algunos decían que la guar­dia personal de Askar se alimentaba positivamente con carne humana. Otros preferían creer que quienes se comían a las personas eran unos perros del Turkestán que habían sido adiestrados para la guerra.
Los tributos impuestos por el nuevo señor provocaron gran desconten­to. Entonces, el príncipe Lusig, inspirado por su madre, empezó a creer que el había nacido primero y se dispuso a reclamar su derecho al trono.
Junto con un grupo de nobles leales se retiró a Bukhoro y allí se declaró señor legítimo de Yangibazar. Lo acompañaba su madre y su concubina favorita, la bella Vartana. Lusig se hizo amigo de los pobres y por las no­ches recorría el barrio de los indigentes, a quienes obsequiaba odres de vino u hogazas de pan salado.
Los partidarios póstumos de Lusig juraban que el príncipe tañía la guzla y cantaba versos íntimos. Todavia hay, los juglares cantan una copla que se le atribuye:
Oh tú, que olvidaste al irte
Apagar la brasa de mi lujuria ...
Vuelve.
Askar ordenó la muerte de su hermano y envió una hueste numero­sa para aniquilar a sus partidarios. Los hombres de Lusig eludieron el combate, refugiándose en las montañas y disimulando su condición de rebeldes. El propio Lusig solía disfrazarse de mendigo ciego. Su madre y su concubina guiaban sus pasos y recogían las limosnas.
La invisibilidad de sus enemigos inquietaba a Askar. Cada día se torna­ba más desconfiado. Estableció recompensas para los delatores y en las puertas de su palacio se reunían cada mañana centenares y hasta miles de sicofantas que esperaban turno para denunciar a sus vecinos o fami­liares.
En el año 994, pasó por el camino de la China una caravana en la que viajaba el mago Tsu Wang, astrólogo oficial del Hijo del Cielo. Para salvar su vida, el mago obsequió a Askar una caja de ébano dentro de la cual descansaba una esmeralda, o acaso un rubí. La gema tenía la propiedad de cambiar de color ante un testimonio falso. El único que podía verificar tales mudanzas era el dueño de la piedra.
Askar empezó a llevar consigo aquella caja y espiaba su contenido ante cada frase que oía. Al saber que nadie podía mentirle, abandonó toda pie­dad, pues el perdón se lleva mejor con la duda que con la certeza. Todos los días, al levantarse, gritaba que él era el hijo mayor de su padre y el se­ñor indiscutido de Yangibazar. Y con un solo ojo consultaba el dictamen de la esmeralda, que acaso era un rubí.
Al comenzar el año 1000 sucedieron numerosas catástrofes. Ignorantes del calendario juliano, los pobladores de la región atribuyeron las inunda­ciones, las plagas y los terremotos a oscuros enojos de los dioses tártaros a los que decían adorar. Pero Lusig aprovechó la poca fe del pueblo para sugerir que los tiranos son la causa eficiente de toda calamidad. Los in­doctos y los sabios aprobaron ese juicio y muchos de ellos dieron el más firme apoyo a la causa de Lusig.
Finalmente, hubo lucha. Una lucha confusa, cuyos resultados eran im­posibles de apreciar. En medio del cieno de las crecidas, entre los rescol­dos de bosques incendiados, encanecidos por las cenizas de los volcanes, grupos de hombres enloquecidos peleaban hasta morir, muchas veces sin saber por qué. Las lealtades y las traiciones fueron arborizándose de tal modo que nadie sabía quienes eran propios y quienes forasteros.
La invasión musulmana de Abdel al Razah trajo más infortunio y más incertidumbre. En verdad, el caudillo árabe tomó Yangibazar creyendo que se trataba de Samarkanda. A pesar de las declaraciones de los prisio­neros que había tornado, Abdel al Razah se mantuvo en aquella creencia durante casi dos años y se instaló en el palacio del principe Askar. Se au­totituló visir de Samarkanda, hasta que recibió un mensaje de Tammur, el verdadero khan de Samarkanda quien lo desafiaba a cometer sus usur­paciones en el lugar pertinente. Los musulmanes se fueron a cumplir con sus propósitos originales, pero dejaron la ciudad en ruinas. Askar volvió al palacio y después de consultar su caja de ébano, acusó a su hermano de haber sido cómplice del invasor islámico.
Una noche, una patrulla reconoció a Lusig mendigando al borde de un abismo. Tal vez llamó la atención que un ciego pidiera limosna en un lu­gar tan desolado. Inmediatamente lo apresaron. Su madre y su concubina pudieron huir, nadie sabe cómo.
Al enterarse, Askar ordenó la decapitación de su hermano. Los astrólogos le recordaron que ambos habían nacido la misma noche y por lo tanto recibían idéntica influencia de las estrellas. Era peligroso tentar al destino con posibles simetrías. Askar consultó a la esmeralda mágica y la piedra dio la razón a los hechiceros. Askar dispuso entonces que Lusig fuera encerrado para siempre en la prisión más secreta del país. Eran unas instalaciones confusas, que no tenían nombre y cuya ubicación no era conocida ni siquiera por presos y carceleros, que eran conducidos allí con los ojos vendados.
Sofocada la rebelión, Askar debió ejercer su crueldad en ámbitos ci­viles. Para festejar su propia gloria tuvo la idea de construir dos palacios en las afueras de la ciudad, unidos por una ancha avenida. Impuso para ello tributos fortísimos a los campesinos y comerciantes que aún no habían muerto en la guerra, en las inundaciones, en los terremotos o en manos de criminales privados. La obra no alcanzó a completarse nunca. En realidad sólo se construyó la avenida. Hoy todavía puede vérsela como un inexplicable empedrado que no va a ninguna parte. Por el contrario, el informe del historiador oficial Ul Saidzhak fue escrito en su totalidad y describe con todo entusiasmo las amplias maravillas que no llegaron a construirse.
El palacio del norte, el mas pequeño, está construído sobre una monta­ña artificial. En las primorosas laderas crecen árboles frutales y los sende­ros están bordeados de estatuas, kioscos y pabellones. En la cumbre, una torre de granito sirve de sostén a una linterna cuyo fuego arde día y noche para facilitar la orientación de las caravanas.
Cuando ocurría alguna desgracia, los partidarios de Lusig veían acre­centar su esperanza de derrocar a Askar. Cada vez que un incendio des­truía el barrio de los pobres, la hermosa Vartana y su anciana suegra salta­ban de alegría y hacían sonar unos humildes instrumentos de percusión.
Poco a poco se fue organizando otra rebelión. Todos coincidían en que era indispensable rescatar a Lusig. El nombre del príncipe encarcelado se había convertido en símbolo del resentimiento de los oprimidos. En las frecuentes decapitaciones, las víctimas gritaban ¡Lusig!, como despedida o como insulto. A veces en la alta noche algún borracho o algún joven rebelde dejaba oir su grito desafiante.
-¡Lusig!-
En el año 1011, Vartana tomó contacto con un grupo de bandoleros tártaros que mataban a las personas por algún dinero. Con gran minucio­sidad planearon la muerte de Askar. Estudiaron las entradas del palacio, sobornaron a los guardias, lograron que algunas muchachas rebeldes in­gresaran como concubinas y, finalmente, los tártaros se filtraron en los aposentos reales una noche en la que se celebraba un banquete.
Los conspiradores no sabían que Askar había muerto algunos meses an­tes, víctima de la peste. Sus generales resolvieron mantener en secreto aquel suceso y sustituyeron al príncipe fallecido por un primo que se le parecía lejanamente y sobre el cual pensaban influir del modo más terminante.
Los tártaros apuñalaron al primo sustituto y huyeron al galope. Los ge­nerales de Askar no tardaron en encontrar un nuevo primo, cuyo primer acto de gobierno fue mostrarse en las puertas del palacio y prometer la decapitación a quienes estaban haciendo correr el rumor de que el prínci­pe había sido asesinado. Pasaron diez anos de desgracia creciente. Los generales eran mas crue­les que Askar. En 1018 hubo una invasión de ratas que no retrocedían ni aun ante las lanzas del ejército de Yangibazar. Se instalaron en la ciudad durante un año y sólo se marcharon cuando ya no quedaba ni un grano ni un queso ni una migaja para devorar.
En el ano 1021 la madre de Lusig, la bella Vartana y un grupo de 70 soldados lograron encontrar la innominada prisión donde padecía Lusig. Los guardias se rindieron sin luchar. Eran hombres viejos que no recibian salarios ni relevos desde hacía muchos años.
Hallaron a Lusig en la celda más oscura. Las dos mujeres acariciaron con ternura su cuerpo sucio y esquelético.
Al poco tiempo comprendieron que aquel hombre no las reconocía. La madre recordó el lunar que lo identificaba. Buscó primero detrás de la ro­dilla y después entre los omóplatos. Ante los nulos resultados de aquella inspección, Vartana opinó que acaso era Askar el de los lunares. El jefe de los carceleros puso fin a la discusión, mostrándoles una llaga horrible, una marca de fuego que decía Lusig en las regiones menos dignas del cuerpo del prisionero.
En seguida lo llevaron a un oasis cercano a Saragt y alli lo cuidaron amorosamente. Le hablaron de los pobres, de la rebelión, de los poemas y de la esperanza del pueblo. Pero a pesar de sus esfuerzos, no pudieron conseguir que el príncipe recordara su pasado.
Unos días después, la anciana madre tomó una decision solemne. -Es necesario que Lusig esté al frente de la hueste vengadora ... Pero tambien es indispensable que nuestro jefe sea diestro en la lucha y lúcido en el pensamiento. Dejemos a mi hijo aqui al cuidado de unos sirvientes y ha­gamos que un hombre vigoroso tome su lugar.
Esa misma noche, un primo de Lusig, que se le parecía lejanamente, ocupó su lugar. Mientras el verdadero príncipe se esfumaba de la historia, todos marchaban hacia Yangibazar gritando de valle en valle:
-¡Lusig!... Lusig ha vuelto ...
En cada pueblo se les unían centenares de campesinos enloquecidos.
Todos querían marchar a la capital y poner a Lusig en el trono de Askar.
Dos meses mas tarde, los rebeldes pelearon la batalla final. Las tropas de Askar y sus perros de guerra no pudieron resistir.
Lusig entró al palacio en llamas. Los enemigos ya empezaban a huir.
Había cadáveres por todas partes. En la más recóndita de las habitaciones, Askar fue capturado e inmediatamente llevado ante la presencia de su hermano.
Cuando los hombres estuvieron frente a frente, los testigos de aquella escena sintieron una gran emoción.
Ul Saidzhak escribió:
Los hermanos se miraron a los ojos. Seguramente recordaron los años de la infancia y la juventud. Askar debió pensar que una vez había resca­tado a aquel hombre de las aguas de un arroyo. Lusig tal vez se vio a sí mismo salvando a su hermano del ataque de una fiera. Todos los presen­tes lloraban porque sabían que detrás de los enconos estaban los lazos de la sangre que los unía fatalmente.
-¡Maten a este hombre, quien quiera que sea!- gritó Lusig.La anciana madre y la bella Vartana gobernaron la región a través del supuesto Lusig. Les esperaba una tarea muy ardua.En primer lugar, tuvieron que decapitar a los esbirros de Askar, a sus ministros, sus concubinas y sus partidarios en general. La reconstrucci6n del palacio obligó a imponer enormes tributos.
En el sur, aparecieron rebeldes que utilizaban el nombre de Askar como grito de guerra. Fueron aplastados a sangre y fuego.
En el año 1028 sucedieron horrorosas catástrofes naturales. El pueblo no tardó en murmurar que los tiranos son la causa eficiente de todo de­sastre. El historiador oficial Kalik Mutavar, que había sustituído a Ul Saidzhak, escribió:El reinado de Lusig vino a traer paz y prosperidad a la regi6n. Las gen­tes del lugar, inc1inadas por naturaleza a sujetarse a instancias superiores, cumplieron con sumisión las sabias órdenes del nuevo principe. Lusig vivió hasta edad avanzada junto a su anciana madre y su amada esposa, la bella Vartana.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Te agradezco este material que pusiste en tu blog, todo lo de Dolina me interesa. Aprovecho para compartir con vos mi blog con viejos radiocines que el hacía los viernes, te dejo el link:
http://radiocinesdelangelgris.blogspot.com/
Saludos, Osvaldo.