domingo, 13 de enero de 2008

COLOMBIA: de la selva al orfanato, la epopeya del pequeño Emmanuel

Clara a su regreso a Bogotá. Sin demoras, se
reencontró con su hijo Emmanuel en privado en el
ICBF,
el centro nacional de cuidados que lo aloja.
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El conflicto con la guerrilla
Recién llegada a Colombia, la ex rehén de las FARC se encontró con su hijo de quien fue separada a los ocho meses de nacido
LANACION.com Exterior Domingo 13 de enero de 2008


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José Gómez, el hombre a quien la guerrilla
de las FARC confió al hijo de Clara Rojas,
cuenta su historia a Le Figaro


En el búnker de la policía judicial de Bogotá, José Crisanto Gómez Tapiero no sale de su asombro. “Me sigo preguntando por qué me confiaron a mí este niño”, explica este campesino de 39 años, con la piel curtida por la laboriosa vida de los colonos amazónicos. Sus manos están agrietadas y su ropa, gastada.
Una y otra vez revive en su mente la película increíble que empezó para él un día de enero de 2005, cuando unos guerrilleros le entregaron al pequeño Emmanuel, el niño que nació en cautiverio de Clara Rojas y uno de sus carceleros.
José Gomez vivía con su mujer y sus cinco hijos a orillas del río Inirida, en la casa de su suegro, un curandero indio. Una existencia miserable al ritmo de las cosechas de coca, materia prima de la cocaína, pilar de la economía local. Y regida por la ley de las FARC, verdadera autoridad de estas zonas remotas, a muchas horas de barco del pueblo más cercano.
Ese día de enero, una pareja de guerrilleros desembarca de una lancha rápida y le entrega un bebé sin nombre. “Tenía el brazo roto y picaduras de leishmaniose”, se conmueve José Gomez. “Es triste ver a un niño tan pequeño en ese estado”. Los guerrilleros prometen pasar al día siguiente. No vuelven hasta cuatro meses después. “Acariciaron al niño y oí a una guerrillera decir que tendría que llamarse Juan David, como su padre”. El pequeño Emmanuel se convertirá en Juan David Gomez Tapiero cuando José Gomez se declarará su tío abuelo para inscribirlo en el registro civil. “El niño parecía una carga para los guerrilleros, como si quisieran quitárselo de encima”. Los hijos de José se encariñan con este bebé de piel clara, que se arrastra con su brazo sano sobre la tierra batida del ranchito familiar. El suegro indio le aplica cataplasmas sobre las picaduras de leishmaniose, pero no puede hacer nada por su brazo.
Los meses pasan, las relaciones del colono con las FARC se deterioran. Se rehúsa a que sus hijos participen de reuniones políticas. Acaba por temer por su vida. Uno de sus hijos tiene paludismo, el pequeño Juan David no está totalmente curado. Toda la familia se traslada en junio de 2005 al pueblecito El Retorno, con unos pocos enseres, donde se amontonan en una habitación. José lleva al niño de las FARC al hospital de San José del Guaviare, la capital regional. “Cuando vieron su estado, lo hospitalizaron. Así fue como cayó en manos de los servicios sociales”.
Cuando José sale del hospital, un hombre lo intercepta y se presenta como miembro de las FARC. “Sé que ha dejado al niño. Invente lo que quiera, pero usted responde por él, si no, sabemos dónde encontrar a sus hijos”. Unos días más tarde, a penas de regreso en el pueblo, otro hombre le pide noticias del niño. “No podía decirles que había perdido la guarda. Me habrían matado al instante”, prosigue José Gomez. El colono miente a la guerrilla. “Les dije que el niño estaba viviendo en Bogotá en casa de una de mis hermanas, una persona de bien. Esto los tranquilizó. Me dejaron en paz durante muchos meses”.
En septiembre de 2007, las FARC insisten nuevamente. José Gomez es convocado al campamento de un comandante para darle explicaciones. “No puedo ir, tengo mucho trabajo”, esquiva el colono. Las semanas pasan, las amenazas se vuelven más precisas”. José le cuenta a un amigo. “Y si fuera el hijo de Clara Rojas…”, arriesga este último. Gomez se niega a creerlo. ¿La guerrilla le habría confiado a él, miserable campesino, al hijo de “una mujer tan importante”? Nace la duda.
Cuando se entera de que las FARC se han comprometido a entregarle al presidente venezolano Hugo Chávez a tres de sus rehenes, el hijo de Clara Rojas entre ellos, las presiones de las FARC aumentan. El 27 de diciembre le conminan a remontar inmediatamente el río con el niño. José se siente perseguido, acosado. El último fin de semana de diciembre, los medios de todo el mundo esperan, en Caracas y en la ciudad colombiana de Villavicencio, el desenlace de la operación “Emmanuel”, la misión humanitaria orquestada por Chávez para ir a recuperar a los rehenes en Colombia. En San José del Guaviare, José Gomez decide confesar todo a las autoridades. Pero todas las oficinas están cerradas: no hay ni un funcionario para recibir su denuncia.
El 31 de diciembre, el presidente Álvaro Uribe, durante una visita a Villavicencio, muestra su carta maestra ante los periodistas atónitos: la guerrilla pretexta operaciones militares para no liberar a los tres rehenes, pero la verdad es que ya no tiene a uno de ellos: el pequeño Emmanuel. Los servicios colombianos han encontrado indicios del niño en un orfelinato de Bogotá. Un tal José Gomez Tapiero lo reclama insistentemente. No hay más dudas. José Gomez tiembla aún al recordarlo: “Era la primera vez que oía mi nombre en la televisión. Pero yo nunca quise devolverles el niño a los guerrilleros”, jura el campesino.
Una media hora después del discurso presidencial, mientras José Gomez bordea las paredes esperando recibir una bala de las FARC en cualquier momento, motos de la policía llegan en tromba. Desde el 2 de enero, el testigo clave, su mujer y sus hijos están resguardados por la justicia colombiana, con el grado de máxima protección. José Gomez espera ahora encontrar asilo en el extranjero. “Por mi culpa la guerrilla ha sido ridiculizada internacionalmente. Y esto no me lo perdonarán nunca”.

Por Pascale Mariani y Roméo Langlois,
(Le Figaro, París, 11/01/2008)
Traducción:
Ángels Miarnau,
Buenos Aires, Argentina

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