lunes, 10 de marzo de 2008

"Hipertensión de la aurora", relato de Eduardo Belgrano Rawson

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Hipertensión de la aurora

Alarico Gorriarena es un héroe, de los pocos aventureros que van quedando en esta tierra sin heroísmo, siempre dispuesto a pedir un bife a caballo con una parva de papas fritas y mandárselo con grasa y todo.Antes de hincarle el diente, Alarico disfruta del espectáculo. Del churrasco se desprende una fragancia enloquecedora. Los huevos crepitan encima, todavía resplandecientes por el aceite de oliva. La clara está recubierta por una costra dorada, como pretende Alarico, que puede tomarse la noche entera para explicárselo al mozo.
Al tocarla con el cuchillo, la yema brota en toda su gloria.Alarico se entrega luego a su bife con infinita delicadeza, mojando de vez en cuando un pan tibio en el huevo que se derrama sobre la clara crujiente. Cada tanto prueba una papa frita, apenas humedecida por el delicioso jugo del plato. Se lleva a los labios una copa de cabernet y bebe un trago profundo, que es, en definitiva, según ha dicho, lo que mantendrá limpia su tubería.

Alarico es un tipo feliz. Por lo pronto, ya no lee los diarios. Odia esos artículos sobre la comida asesina. Se hartó de cumplir las consignas de los terroristas del género.Una vez le dijeron que un desayuno demasiado suculento podía darle un infarto, así que dejó las facturas y las tortitas de grasa. Luego largó el cigarrillo, redujo el sexo a la mitad y empezó a comer sin sal. Nunca supo si esto alcanzó para estirarle la vida, pero sí que los días se le volvían interminables. Gracias a Dios que aún quedan médicos íntegros, capaces de admitir que una copa de tinto le limpiará las arterias. De cualquier modo, Alarico ya lleva tres años sin pisar un consultorio, desde que el médico lo martirizaba por estar pasado de kilos. Alarico había probado todas las dietas en boga. Pero la gota que colmó la medida fue cuando el médico le advirtió que una copa de vino equivalía a un desayuno. Entonces será mejor que dejemos el desayuno, dijo Alarico, que nunca volvió al consultorio.

Cada día te salen con algo nuevo, comenta. ¿Quedará algo para llevarse a la boca sin desafiar a la muerte? Si uno le hace caso a los médicos, dice, debería almorzar en el invernáculo. Pero ya ni las plantas te salvan. Alarico saca un recorte del diario: una dieta sin grasa bien podria matarte de un tumor en el cerebro. Luego de leerlo en voz alta, lo guarda en la billetera. Al final resultará que Alarico era un sabio. Eso dirá su epitafio.

Anoche cenamos en Dino. Alarico pidió, como siempre, un baby beef a caballo con papas fritas, que engulló tras remojar los pancitos en la yema color naranja y alternó con los jugosos bocados que acompañaba con suculentas porciones de grasa. "Huevos de campo", informó, entre bocado y bocado. Alarico es de pocas palabras. Su felicidad podría expresarse con un puñado de frases evocadoras. Huevos de campo, empanadas fritas, lechón al horno de barro, cerveza al hielo, corazón de sandía, salamín chacarero, tallarines caseros, sopa rústica de la abuela. ¿Sabés qué pasa?, explica. Un gordo reduce en dos años su expectativa de vida, pero ser pobre y deprimido, se la recorta en diez años.

Sin embargo, Alarico es pura fibra, diminuto como un jockey. Su problema es la presión. Sufre lo que los médicos llaman hipertensión de la aurora, que llega con la salida del sol. Pero Alarico tiene sus propios recursos para domarla. Anoche, entre copa y copa, me reveló sus secretos. Regla número uno: mantenerse lo más adinerado posible. Y antes que gastar en remedios, prefiere tener un perro. Está visto que una mascota te hace bajar la mínima. Un perro que te ame sin condiciones, explica, es mejor que comer sin sodio. Pero los mismos efectos podrán conseguirse con un polvo marital mañanero, siempre que estés debajo de tu señora, pues con la cogida extramarital y uno arriba, dice Alarico, los resultados son más inciertos.

*** Los personajes de este relato pertenecen a la ficción.

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