Como escribe el amigo Mathieu Durand, acertar más o menos con la fecha de un aniversario, no deja de ser una convención más. Y –en particular, agregamos– si se trata del viejo Tennessee Williams.
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Mathieu Durand pour Evene.fr - Février 2008
Celebrar la muerte de un artista puede parecer extraño, pero es, ante todo, una manera de volver a recordarlo gratamente. Con el dramaturgo americano Tennessee Williams, este acto toma un doble sentido, ya que el autor de “Un tranvía llamado deseo" murió en el olvido y la soledad el 24 de febrero de 1983, a poco de haber cumplido 72 años. Instalado en el alcohol, las drogas y el lento declive de su popularidad, este viejo cocodrilo (como se llamaba a sí mismo) cultivó siempre una convención másna franca inclinación por perdedores, marginales y solitarios. Cada uno de sus personajes debe enfrentarse a una sociedad que ya no le corresponde e intenta salir de una soledad original: de Blanche en “Un tranvía llamado deseo” a Amanda o Laura de “El zoo de cristal”, todos combaten en vano el molino de un aislamiento existencial. Con frecuencia , los héroes -a pesar de ellos mismos- de Tennessee se encuentran tironeados entre ilusión y realidad. Desde “El zoo…”, su primer éxito, Tennessee Williams mezcla realidad y ficción, presente y pasado, esperanza y memoria. Un leitmotiv, el fantasma en ambos sentidos del término, recorre su obra: deseo imaginario inconsciente, vivido, y representación mental voluntaria y sexual. Y si bien Williams forma parte de los grandes escritores americanos del siglo XX, sigue siendo mal conocido de este lado del Atlántico. La famosísima canción de Johnny Michel Berger “Quelque chose de Tennessee” (“Algo de Tennessee”) suena para mucha gente como una oda al estado del sur de Norteamérica: en las conciencias hexagonales, Tennessee es una canción del rockero belga. Vuelta a un Tennessee que vale mucho más que “algo”.
Una autobiografía disfrazada
Víctima durante su infancia de una difteria casi fatal, Tennessee Williams se convierte en el mimado de su mamá una vez curado. Flanqueado por un padre ausente y alcohólico que apoda “Miss Nancy” a su tímido niñito, Thomas Lanier es un estudiante brillante que a los 12 años se lanza a escribir pequeños poemas. En 1929 ingresa en la universidad de Missouri, pero, tres años más tarde, su padre le obliga a dejarla para ponerse a trabajar en el delicioso mundo del calzado. El joven se enferma de depresión y va a reponerse a la casa de sus abuelos, en Memphis, donde descubre… el teatro. El futuro Tennessee abraza entonces definitivamente la vocación de escritor, regresa a la facultad para estudiar dramaturgia y en 1940 escribe “Batalla de ángeles”.
En él, obra literaria e historia íntima están ligadas indisolublemente. “Tennessee” rinde homenaje a su sur natal. Toma el patronímico Williams de su abuelo, como protesta contra sus padres, que dejan que su querida hermana Rosa sufra una lobotomía a finales de los años 30 para “cuidar” su esquizofrenia. Sus obras hacen alusiones evidentes a este pasado familiar. “El zoo de cristal” retoma perturbadores elementos de su vida personal: una madre invasora, un padre ausente, una hermana “discapacitada”, un narrador llamado Tom que trabaja en una empresa de zapatos. Si todos los escritores insertan más o menos directamente, más o menos conscientemente su destino personal en su arte, Williams lleva la lógica a su límite al tiempo que multiplica las fórmulas más contradictorias sobre este tema. El dramaturgo no reconoce ninguna parte autobiográfica en su obra, si no es emocionalmente, mientras afirma al mismo tiempo la omnipresencia de su madre en todas obras. (1)
Sexo, droga y literatura
Pero el otro gran tema de Williams, estudiado en numerosos ensayos y trabajos universitarios, es el sexo, o mejor dicho, el deseo, a menudo presentado bajo aspectos violentos, incomunicables, como en una de sus obras más célebres “Un tranvía llamado deseo”, donde el deseo ambiguo de Blanche por su cuñado Stanley concluye en una violación. La obra genera mucho ruido en la época de su estreno, en 1948, lo que no le impide ganar el prestigioso premio Pulitzer. Tennessee aborda, más o menos vagamente, un tabú de la América de la posguerra: la homosexualidad. En “La gata sobre el tejado de zinc”, Maggie sospecha que su marido, Brick, siente algo por Skipper. El mismo Williams no mostrará su preferencia por el sexo masculino hasta el fin de su vida, en su autobiografía publicada al otro lado del Atlántico. Sin embargo, la desaparición en 1961 de su compañero Frank Merlo lo hunde en una depresión sin fondo, marcada por adicciones de todo tipo (drogas, alcohol y compañía), a las que su amante, marino veterano de la Segunda Guerra Mundial, ya lo había iniciado cuando se conocieron, en 1947. No obstante, el dramaturgo no habla de sexo por el sexo, ni de homosexualidad para escandalizar. Estudia simplemente el deseo entre los seres, la famosa tensión entre Eros y Thanatos (pulsiones de amor y de muerte) a la que tiende (casi) toda obra literaria, como los dos tranvías de Saint Louis, uno llamado deseo y el otro, cementerio. “La sexualidad es una parte de mi trabajo, desde luego: la sexualidad es parte de mi vida y de la de todo el mundo. No veo diferencias esenciales entre el amor de dos hombres, uno por el otro, y el de un hombre por una mujer; los he estudiado a ambos y no hay gran diferencia”. (2)
Una escritura anti-realista
“La obra transcurre en la memoria; así pues, no es realista. La memoria se permite muchas licencias poéticas”. Así empieza “El zoo…”.A pesar del aire naturalista que pueda tener la obra de Williams (un contexto social agita en subterráneo todas sus obras, como Boss Finley, arquetipo de déspota del sur de los Estados Unidos en “Dulce pájaro de juventud”, su trabajo tiende más bien al expresionismo. En “El zoo de cristal”, el escritor desea que todo sea indistinto, como un recuerdo: la, luz, indica, debe ser lo menos realista posible. El personaje de Tom reconoce, contra toda convención literaria, su doble condición de personaje y narrador de la obra. Se asemeja a un cineasta que pone en escena los recuerdos de su madre difundiendo fotos o frases en una pantalla dispuesta en el escenario. Lo que marca en Tennessee es la dramaturgia particular que imprime a sus obras, realiza una construcción dramática sutil: la escritura proporciona historias trágicas, y no a la inversa. A medida que avanza el relato, la intensidad va creciendo y el suspenso se revela mucho más psicológico que narrativo. Además de la tensión que sacude sus obras y hace las delicias de Broadway, el lenguaje que da vida a sus personajes es abigarrado y alterna pasajes líricos con diálogos ordinarios, incluso indecentes. En el célebre “Tranvía”, opone el lenguaje pulido e incluso lírico de la profesora de inglés Blanche al zafio y vulgar de Stanley.
En el ocaso de su vida y, sobre todo, tras la muerte de su compañero, Williams experimenta una escritura más lacónica (3), cercana al absurdo de un Becket. El público no lo seguirá.
Hollywood
Es sorprendente ver hasta qué punto los dos dramaturgos americanos más famosos del siglo XX (Arthur Miller y Tennessee Williams) mantuvieron relaciones privilegiadas con el cine. Miller, por intermedio de un matrimonio expeditivo con Marilyn o gracias al guión de Vidas rebeldes (1961). Williams, por su parte, en 1943 le propone a la MGM un guión que la compañía rechaza y del que posteriormente surge “El zoo de cristal” cuyo éxito despierta desde entonces el interés de los más grandes cineastas. Se puede citar también “De repente, el último verano” (1959), de Joseph L. Mankiewicz, con Elizabeth Taylor y Montgomery Clift, o “La noche de la iguana” (1964), de John Huston, con Ava Gardner. Pero su colaborador más famoso sigue siendo Elia Kazan y el “Tranvía”, que el cineasta monta en el teatro (1947) antes de adaptarlo a la pantalla (1951). Williams trabajó mucho con el realizador para escribir el guión extraído de la obra de teatro.
Para el escritor, cine y teatro son dos artes diferentes: uno juega con un espacio abierto donde la cámara imprime el movimiento, mientras que el otro debe producir el movimiento en un espacio cerrado. ¿Por qué Williams ha inspirado tanto a los cineastas? Tal vez por sus personajes completos, marginados, desollados vivos, puestos en valor por una nueva forma de “actuar”: el Actor´s Estudio, escuela fundada particularmente por Kazan en 1947, que sigue un método de identificación de los actores con los personajes que interpretan (4). Ver el juego de ambigüedad y sensualidad de Marlon Brando en “Un tranvía…” puede trastornar a cualquier ser normalmente constituido. Pero ¿quizá también por la puesta en escena de sus obras, asimismo influenciada por el cine? Es suficiente ver las didascalias de Williams llenas de largas indicaciones sobre la luz, la música o los decorados. Williams influencia al cine y el cine lo influencia: justo retorno de las cosas.
(1) Interview aparecida en el NY Times del 21 de diciembre de 1975, realizada por Robert Berkvist.
(2) Idem.
(3) “Antaño largas y líricas, las entradas de Williams se reducen a banalidades o enigmas”, escribe Sandrine Villers en “La sociedad americana en el teatro de TW” (Harmattan, 2000).
(4) Como presidente del jurado del Festival de Cannes 1976, Williams entrega la Palma de Oro a “Taxi Driver”, protagonizada por Robert de Niro, símbolo de la segunda generación del Actor’s Studio.
Mathieu Durand, para Evene.fr
Traducción del francés:
Ángels Miarnau